EL
ÚLTIMO AMOR DE KAFKA
El nombre de Dora
Diamant (1898-1952) ha quedado unido en la memoria por el año de juventud que
pasó junto al hombre que amó y murió junto a ella, un escritor apenas conocido
entonces llamado Franz Kafka.
Franz
Kafka es, tal vez, el escritor más importante de nuestro siglo. Su vida se
traduce en una de las paradojas más surrealistas: judío de nacimiento, alemán
de lengua, checo de cuna, y el símbolo más desarraigado de la figura de un
escritor. Autor de cuentos, sus novelas más importantes aparecieron tras su
muerte. Su obra, para algunos, es la meditación acerca de la ausencia de un ser
como Dios o la inagotable interrogante sobre el poder y la burocracia, aunque
para otros puede ser la apocalíptica visión de un futuro entonces inmediato. Lo
que determina la escritura de Kafka es esa necesidad absoluta de librarse de
escribir página tras página. Lo mismo que las voces, los gestos, los rostros
que a diario observa el escritor deben ser reducidos a la precisa sensación de
la palabra, de la frase o del fragmento, según el pulso riguroso que se le
exige a la letra, Kafka escribe para
vivir y quizá por este motivo el paso de los hechos a la escritura, a la
palabra, en concreto, sirven para identificar la gravedad que presentan sus
textos o para percibir el sentido último que parecen augurar. Quizá por todo
esto, nunca llegaremos a saber si El castillo (1926) es una crítica
metafórica del poder o una simple novela de aventuras, con grandes dosis de
humor, o, incluso, si La metamorfosis (1915) es una simple novela
realista o la interpretación de una profunda pesadilla en un excelente tono y
atmósfera literaria, incluso si un texto como El proceso (1916) encierra
una burla a la moderna burocracia tan bien conocida por el escritor.
Estas obras y las legadas tras su
muerte, muestran la historia de un desgarro provocado por la contradicción que
suponía en Kafka la dicotomía entre lo que quería ser: un escritor, y lo que
representó, en realidad, en toda su vida: un oficinista.
Hace
80 años
En marzo de 1924, Franz Kafka, había
vuelto a Praga después de haber pasado unos meses en Berlín, junto a Dora
Diamant, a quien había conocido el año anterior en Müritz (Báltico). Allí, la
joven Dora, había visto a un misterioso hombre moreno, alto guapo, cuya cara
estaba rodeada de una angulosa mata de cabellos negros como el azabache. El
hombre andaba a pasos grandes, un poco tambaleantes. Era evidente que no era
alemán, era extranjero como ella, pero no podía segurar de dónde procedía.
Durante una de las cenas en la colonia donde pasaba sus vacaciones y prestaba
sus servicios, Dora, que se había sentido fascinada por la figura de aquel
hombre, supo que era el doctor Kafka, de Praga, el invitado de honor que se
alojaba en un hotel cercano, Haus Gluckauf, y pasaba unos días con su hermana y
sus sobrinos y, además, estaba soltero. Aquella noche Kafka que se había pasado
media vida intentando aprender hebreo le pidió a Dora que leyera en voz alta
porque supo que ella había aprendido el aleph-baiz, el alfabeto hebreo,
cuando era niña.
Dora admiraba, desde el principio,
muchas cosas de Franz Kafka. La joven era natural, estaba sana, era bonita y
apenas si tenía complicaciones, vivía lo que se consideraba una vida auténtica
que conducía a una liberación espiritual. Kafka era un hombre único y
extraordinario, alguien especial. También era elegante y refinado, algo
juguetón y gracioso, pero muy reservado. Kafka había ido al Báltico a
recuperarse de una enfermedad grave. Había superado una neumonía, además de la
tuberculosis que le afectaba desde hacía cinco años. El último año lo había
pasado en la cama. En realidad, ese viaje a Müritz, era «una corta prueba para
el viaje más grande», Kafka había decidido viajar a Palestina. Ese era el sueño
que compartían Dora Diamant y Franz Kafka: emigrar a Palestina. A los pocos
días de conocerse ya hablaban entusiasmados de hacer el viaje juntos, pero antes
mientras pasaba el verano, Franz Kafka se negaba a volver a Praga y hacía
planes con Dora para trasladarse a Berlín como ese lugar de paso hasta la
tierra prometida. Fue entonces Dora le brindó una solución: ella había vivido
en Berlín, conocía la ciudad y podía buscar una vivienda barata y ayudarle a
instalarse. Dora se había matriculado en la Academia de Estudios Hebreos a la que el propio
Kafka quería asistir. En septiembre de 1923, Dora tenía la esperanza de que
Kafka estuviera en Berlín para celebrar juntos el año nuevo judío. Él había
pagado el alquiler correspondiente a los meses de agosto y septiembre en la
vivienda de la
Miquelstrasse. El 21 de septiembre, Kafka partió de Schelesen
camino de Praga para por fin hacer las maletas que lo llevarían a Berlín. No se
tiene documentación de los primeros días de Dora y Franz en Berlín, aunque se
puede suponer que Dora se instaló en el piso de la Miquelstrasse desde
el principio. Desde el punto de vista económico, Kafka no podía haber elegido
un momento peor para trasladarse a Berlín. El coste de la vida se incrementaba
un veinte por ciento todos los días.
«Haber
vivido con Franz un solo día significa más que toda su obra, que todos sus
escritos», afirmó Dora cuando ya se había consolidado la fama de Kafka como
genio literario. Los apuros económicos llevaron a la pareja a buscar un piso
cerca de la
Grunewaldstrasse. Y allí se mudaron a partir del 15 de
noviembre. El 25 de noviembre, Ottla visitó a su hermano en Berlín y le llevó,
de paso, sábanas y ropa de invierno, además de dinero. Dora y Ottla sintieron
una mutua admiración desde el principio, porque tenían mucho en común además de
compartir opiniones políticas y sociales similares. Cuando la hermana de Kafka
volvió a Praga se encargó de que les enviaran varios paquetes con alimentos a
la semana y dinero con regularidad. Kafka escribió en Berlín como había escrito
en el invierno de 1917-1918, en la minúscula casa que Ottla tenía entonces en
la calle Alchemist, de Praga. Solía escribir bien empezada la tarde y por las
noches, después de cenar, hasta bien pasada la medianoche y así durante días.
Por primera vez en su vida no deseaba estar solo mientras escribía y le pedía a
Dora que se quedara con él en la habitación.
Poco antes de la
Navidad, Kafka había sufrido una recaída con fiebre
incluida. Durante las dos primeras
semanas de enero, Kafka tuvo fiebre todas las noches y Dora quería llamar al
médico. El 1 de febrero se cambiaron a una nueva vivienda de un solo dormitorio
en el distrito de Zehlendorf. Se ha llegado a saber que Dora quemó obras de
Kafka mientras vivían en Zehlendorf, aunque tampoco lo quemó todo. Salvó muchos
de los cuadernos que contenían los últimos diarios de Kafka escritos durante
sus paseos por Berlín. El último día de febrero, de un año bisiesto, el doctor
Lowy estaba de visita en Berlín. Cuando visitó al escritor, no le gustó el
estado físico en que se encontraba su sobrino e insistió en que abandonara
Berlín, pero ni Franz ni Dora aceptaron el pronóstico. Una segunda opinión del
doctor Nelken, conocido de Dora, apenas cambió el diagnóstico y se limitó a
prescribirle algo para aliviar la tos y otros síntomas.
El
final
De la Clínica Universitaria
de Viena a donde habían llegado Dora y Franz el 11 de abril de 1924, se
trasladaron al sanatorio privado del doctor Hoffmann en Kierling, un lugar
especializado en tratamiento de enfermedades pulmonares que tenía muy buena
fama. La habitación era sencilla y limpia, las paredes eran completamente
blancas y desde allí Kafka podía ver los atardeceres, los rayos de sol que
atravesaban los árboles y sobre todo podía estar mucho tiempo al aire libre.
Durante todo este tiempo los padres de Kafka le habían pedido a Dora, cuya
existencia les había desvelado Max Brod, que los mantuviera al corriente del estado
de su hijo. Durante las semanas que el escritor permaneció en el sanatorio su
salud se deterioraba por momentos y pronto Dora llamó a Robert Klopstock, amigo
personal de Kafka, para pedirle una segunda opinión. Robert dejó sus estudios
sobre el tratamiento pulmonar para encaminarse a donde se encontraba el amigo.
El 26 de mayo Dora escribió la última postal a los padres de Kafka. El último
día de su vida Franz Kafka se sintió mucho mejor. Por la mañana trabajó en las
galeradas de Un virtuoso del hambre y cuando Klopstock volvió de la
ciudad comió fresas y cerezas, las olió durante un buen rato y disfrutó de su
fragancia. A las 4 de la mañana Dora subió a despertar a Robert porque «Franz
respira muy mal»— le dijo al amigo. Cuando Robert reconoció al escritor se dio
cuenta del peligro y ya no se separó de él. Durante toda su vida de enfermo
había afirmado que «estaría contento de morir» si no tuviese demasiados
dolores. Pero su sufrimiento fue atroz y la mañana del 3 de junio pidió
morfina. Le inyectaron dos dosis y cuando éstas empezaron a hacerle efecto se
sintió feliz. Se durmió y se despertó en los brazos de su amigo Klopstock, a
quien, de repente, le dijo: «No me abandones». «No, te abandono», —respondió
Klopstock. Cuando Dora entró en la habitación con un ramo de flores, se las
acercó a la cara y le dijo: «Franz, mira qué flores tan bonitas...
¡huélelas!». El moribundo, ante los ojos atónitos de la enfermera, levantó
una vez más la cabeza, olió las flores. Mientras Dora lo sostuvo, escuchó el
tenue sonido de su corazón hasta que dejó de latir. La agonía de Kafka, señala
Kathi Diamant, autora de la biografía que reseñamos, había llegado a su fin, y
la de ella (Dora) acababa de comenzar.
La
memoria de Dora
Dora Diamant. El último amor de Kafka
(Circe, 2005), de Kathi Diamant reconstruye la relación de Kafka con el tercer
y definitivo amor en vida del autor checo. El nombre de Dora ha quedado en la
memoria por un solo año de su juventud, aquel que pasó junto al hombre que
amaba, un abogado checo, enfermo que más tarde se convertiría en unos de los
iconos literarios del siglo XX. Después de la muerte de Franz Kafka—según
constata Kathi Diamant— transcurridos dos meses, Dora desapareció de Praga una
mañana de agosto y se marchó a Alemania en tren. La Escuela Nacional
de Teatro de Berlín se tradujo en un nuevo plan para reconstruir su vida. Dora
conoció a su futuro marido, Lutz Lask, en su propio piso cuando lo puso a
disposición del Departamento de Agitación y Propaganda de Berlín-Brandenburgo
cuando impartía un curso sobre teoría marxista. En el registro civil berlinés
figura que el jueves 30 de junio de 1932 se celebró el matrimonio del
economista Ludwig Johann Lask de Berlín-Lichterfelde y la actriz Dwojra Dymant
de Berlín. El último día de febrero de 1933, cinco días antes de cumplir
treinta y cinco años, Dora se convirtió en una ciudadana criminal sujeta a la
pena de muerte por sus actividades ilegales como miembro del KPD. El jueves 1
de marzo de 1934, tres días antes de cumplir treinta y seis años, Dora dio a
luz una hermosa niñita a quien puso el nombre de Franziska Marianne Lask.
Inició una nueva vida en Moscú y poco después se encaminó a un largo peregrinar
por algunas de las ciudades principales de Europa hasta llegar Inglaterra,
donde fue confinada en el norte de Londres junto a su hija y centenares de
mujeres y niños alemanes que habían llegado a la isla huyendo del nazismo. La
sombra de Franz Kafka sirvió para que una estudiante polaca averiguara que Dora
estaba confinada en la Isla
de Man. Fue Dorothy Mary Emmet, una extraordinaria mujer, graduada en Oxford
quien consiguió sacar a Dora y Marianne de su aislamiento para traerlas a su
casa y ofrecerles protección y alojamiento. Durante este tiempo llevó a cabo
una abundante producción literaria en yidis. El 15 de agosto de 1952 Dora
Dymant entró en coma en el hospital Plaistow de Londres y fue enterrada unos
días más tarde, el 18 de agosto, en el cementerio de la United Synagogue
de la calle Marlowe, en el East Ham, de Londres. La historia de Dora no acaba
con su muerte porque en octubre de 2002, Klaus Wagenbach, experto en Kafka,
encontró numerosos papeles escritos por Dora que olvidados habían estado desde
siempre en su archivo. Quedan pendientes las setenta cartas que Dora escribió a
Max Brod tras la muerte de Kafka y las treinta y cinco que Kafka le escribió a
ella, además de diarios y cuadernos del último año que pasaron juntos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario