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La niña
que se tragó una nube tan grande como la torre Eiffel
Los meses de verano, y fundamentalmente, el angustioso,
aburrido y molesto agosto, se convierte en la única cita del calendario anual en
que todo el mundo hace sus buenos y prometedores propósitos para la vuelta de
las vacaciones, incluidos aquellos que se refieren a la lectura, como si el
resto del año las prisas no nos permitieran ese rato de dedicación lectora. Pero
no es necesario plantarse bajo una sombrilla, en la terraza de un chiringuito,
o bajo el toldo del modesto apartamento que hemos alquilado para satisfacer
nuestro ego de lecturas atrasadas. A otros nos ocurre todo lo contrario, y es
entonces cuando dirigimos nuestra curiosidad lectora hacia esas otras obras
menos profesionales, y entonces descubrimos que un largo título, una
extravagante portada, o un reclamo publicitario con una palatina en uno de sus
extremos, nos pueden llevar a engaño.
En una serie de lecturas propuestas, para estos largos y
calurosos días, uno descubre, entre otros muchos, un título como el que hoy nos
entretiene, La niña que se tragó una nube tan grande
como la torre Eiffel (2015), y resulta una lectura tan
sorprendente como estimulante, y cuyo autor, Romain
Puértolas, de origen franco-español, nació en Montpellier, antes de tropezarse
la literatura había sido DJ, traductor-intérprete, auxiliar y coordinador d
vuelo de El Prat de Barcelona, empleado de Aena en Madrid y limpiador de
tragaperras en Brighton.
De regreso a Francia, trabajó durante
cuatro años como inspector de policía en un servicio especializado en el
desmantelamiento de redes de inmigración ilegal. Puértolas debutó en el mundo
literario con El increíble viaje del
faquir que se quedó atrapado en armario de Ikea (Grijalbo, 2014), y
antes de su exitoso lanzamiento en Francia, la novela ya había conquistado a
más de cuarenta editoriales extranjeras convirtiéndose en un fenómeno mundial
conocido como "faquimanía". En la actualidad, Puértolas reside en Málaga y se dedica en exclusiva a
la escritura. Hasta aquí, la biografía
de ese fenómeno que llaman: autor de best-seller, aunque si en parte esta
novela se vende bajo ese calificativo, tendrá asegurado un buen puñado de
ejemplares y, una vez transcurrido si ciclo vital, terminará en la mesa de
saldos de una gran superficie. Pero nada más lejos para un texto que provoca
sonrisas, muestra ternura y amor, mezcla realidad y fantasía, y no pocas
muestras de una irónica visión de un mundo despiadado porque desde el comienzo
al final, este cuento para adultos descola a cualquiera y muestra hasta donde
pueden llegar los límites humanos, sobre todo, a través de se ese sentimiento
que se traduce en amor.
El argumento
Es la historia de una
niña enferma, Zahera, que lucha desde el momento en que nació por sobrevivir en
un hospital marroquí, afectada por una extraña enfermedad que Providence, la cartera
protagonista, describe de un modo muy
poético: “Tragarse
una nube era la expresión para hablar de su enfermedad, la mucoviscosidad. Era
de lo más acertada. Lo que la niña sentía en el fondo de los pulmones era un
poco eso, un dolor vaporoso y malvado que la asfixiaba lento pero seguro, como
si un día, por descuido, se hubiera tragado un gran cumulonimbo y desde
entonces lo tuviera atrapado dentro”.
Las primeras páginas no
permiten imaginar hasta que punto el amor es uno de los argumentos más
sobresalientes de esta novela. Y no se trata, precisamente de una historia de
amor entre el controlador de Orly y la cartera, sino sobre todo, la historia de
amor entre Providence y la niña enferma en Marruecos. Una historia de amor
madre/hija capaz de vencer cualquier imposible, sobrepasar cualquier barrera,
incluida la nube de cenizas que provocaba un volcán de Islandia y paralizó
todos los aeropuertos europeos durante unos días. Y no menos, importante, porque
aunque Providence nunca podrá ser madre, consigue la adopción de la niña y el
amor que las une es tan fuerte como el de cualquier madre e hija aunque
provenga, como el caso, de un encuentro casual en un hospital marroquí.
La historia de Romain
Puértolas no sería posible si no se apoyara en unos personajes tan “humanos”
que es imposible que a cualquier lector no le lleguen al corazón. Especialmente
el personaje de Providence, descrita con una ternura contagiosa:
“Providence era adulta
ahora, pero conservaba un lado infantil, una cosa que los adultos llaman
“credulidad”, y eso a pesar de los palos que le había dado. Volar. Era una
locura creer en una cosa parecida pero, en el fondo, ¿por qué no? ¿Qué le
impedía soñar con los ojos abiertos? Soñar no estaba prohibido, era gratis”.
(Página 82)
Y la misma humanidad
permite, más allá del humor, plantearnos la realidad de la vida y sus
circunstancias: somos seres mortales, a los que un día la enfermedad nos
llevará a un viaje sin retorno, y así leemos, “Una vida no pesa nada.
Tampoco en nuestra Tierra sometida a la gravedad. Vivimos un tiempo, hasta que
le enfermedad viene a buscarnos y nos sube con ella hacia ese techo de
estrellas”. (Página 92)
Humor
Y no olvidemos los
guiños de Puértolas, el papel de Obama, Hollande, el contraste entre el mundo
civilizado y el inframundo, los intereses económicos, políticos, o la
desigualdad social, que salpican las páginas de La niña que se tragó una nube tan grande como la torre Eiffel, y
que nos devuelven nuestra fantasías de niñez y, por añadidura, reconsiderar los
conceptos de felicidad y destino.
Romain Puértolas; La
niña que se tragó una nube tan grande como la torre Eiffel; Barcelona,
Grijalbo, 2015; 252 págs.
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