EL LIBRO DE LAS BRUJAS ESPAÑOLAS
El mundo de las brujas,
hadas, hechiceras, en un libro singular publicado por Siruela, en su colección
Las Tres Edades, firmado por Ana Cristina Herreros, especialista en literatura
tradicional.
Sostiene
Ana Cristina Herreros que no existen grandes diferencias entre brujas, hadas y
hechiceras, todas pueden ser buenas o malas, sin embargo, no es lo mismo una
malvada bruja que un hada bondadosa. Como todo el mundo sabe, la distinción
obedece a unos criterios que simplifican las cosas en los cuentos y leyendas,
además alimentan la imaginación infantil. Sin embargo, hay una clara diferencia
entre el mundo de las brujas, la mágica aparición de las hadas o las
escalofriantes manifestaciones de las hechiceras. Así lo sostiene Joan
Coromines (1905-1997) cuando cree que la palabra bruja designaba un
fenómeno atmosférico borrascoso porque se las cree culpables de las tormentas
y, únicamente, las campanas de una iglesia podría hacer caer a la bruja aguacera, y así disuadirla de su propósito destructor.
La palabra bruja es común en las lenguas romances peninsulares, en los
dialectos gascones y occitanos; hay quien piensa que significó «lechuza» por la
similitud de los sonidos que emiten, y otros hablan del término brusciare,
que significa quemar por su afición a bailar alrededor del fuego, incluso citan
un vocablo celta, bruscius, traducido por agria, amarga, áspera, tosca,
por el carácter de la misma.
El término hechicera viene de
«hacer», puesto que un hechizo es algo artificioso y alguien se vale de su
saber y de su arte para realizar esos artificios mágicos. Quien ha estudiado y
tipificado ampliamente estos seres es Julio Caro Baroja (1914-1995) que
denominaba brujas a las mujeres con poderes en medios rurales y hechiceras
a las del medio urbano, aunque es bien sabido que la mayoría de nuestros
cuentos populares ocurren en los pueblos, los bosques, o esos lugares
abandonados de la fantasía. El término hada procede del latín fata,
plural de fatum, que ya se usaba para designar a la personificación
femenina del Hado. La imagen más popular del hada procede de los libros de
caballería medievales, en los que este ser femenino tenía poderes
sobrenaturales e intervenía en los vida de los hombres, concediéndoles dones y
deseos en su vida. El término gallego de fada equivale, según Ana
Cristina Herreros, a lo relativo al «destino o suerte» y este puede ser bueno o
malo; la moura palabra que proviene de moira, hija de la noche
que teje y desteje el destino de los hombres, y no menos curioso el origen de
la palabra meiga, que convive con bruxa, del latín magistra
(maestra), y ha dado en castellano maga. La etimología nos lleva a
relacionar la bruja con la naturaleza y, sin embargo, hechicera
con alguien que se vale de sus artificios para conseguir lo que se propone,
pero sería el hada quien interviene en el destino de los protagonistas
de las historias narradas.
En la antigua Grecia es fácil encontrar
brujas, hadas, hechiceras y magas. En este Libro de las brujas españolas
(2009), ilustrado magistralmente por Jesús Galbán, encontramos la explicación
de las tres Grayas (Viejas), tres hermanas que nacieron viejas, con un solo ojo
y un solo diente para las tres, vivían en el país de la noche, donde nunca sale
el sol. Fueron las guardianas de custodiar el camino que conducía hasta la
gorgona Medusa, características que se mantienen para las brujas malas. Medea
es otra hechicera de la antigüedad, sobrina de Circe, aparecerá en la
literatura alejandrina y griega. Prepara ungüentos, pociones que rejuvenecen y
devuelven la vida, incluso convierte vestimentas en armas mortíferas. Las hadas
tienen su pariente clásica en las Fata, que significa «palabra de Dios,
de Diosa» por lo irrevocable del destino divino. Se les llama Fata a las
Moiras griegas, a las Parcas romanas y a las Sibilas, profetisas encargadas de
decir los oráculos del dios Apolo. Mucho tiempo después, las brujas, las hadas
y las hechiceras siguen apareciendo en los cuentos contados a los niños,
incluso en las leyendas que narran las mujeres cuando se reúnen al fresco en
las puertas de sus casas. Personajes de la Odisea, un texto de unos 3.000 años de
antigüedad, Medea o Polifemo, se extendieron por el Mediterráneo y sus
historias, en versiones diferentes, se siguen narrando, poco importa que se
parezcan a estos mitos, o sus posteriores secuelas. Consideramos monstruos o
diablos, a aquello que no conocemos porque es ajeno, o diferente a nosotros,
incluso, porque es un peligro para nuestra vida. La bruja es el paradigma de lo
que causa miedo, tiene fuerza, poder e independencia, por eso, en ocasiones,
son mujeres mayores que no dependen de nada ni de nadie, y así, la bruja y sus
secuelas, son los personajes más apreciados por las abuelas para contar cuentos
maravillosos relacionados con el mundo de estos seres extraordinarios.
En Libro
de las brujas españolas, de Ana Cristina Herreros, reúne 42 cuentos
maravillosos en los que la bruja desempeña un papel muy importante, tanto en
sus acciones como ayudante, incluso causante de ciertos problemas con los
protagonistas de las historias. Algunos de los cuentos seleccionados vienen de
la tradición europea de los hermanos Grimm, donde las brujas y las hadas,
poblaron sus relatos que en nuestro país se tradujeron en las versiones
diferentes de Blancanieves, La Bella Durmiente,
una Cenicienta andaluza, o incluso una Rapunzel manchega. La
compiladora organiza los cuentos por la zona donde se conocen, aunque hay que
dudar de su exclusividad, puesto que tienen la facilidad de aparecer en
diversos lugares: «Brujas mediterráneas», «Brujas atlánticas», «Brujas
cantábricas», «Brujas pirenaicas» y «Brujas del interior», además de unas
«Historias de brujas» vinculadas a un lugar concreto, que más bien son
historias y no cuentos, propiamente dichos. Sus brujas están caracterizadas con
rasgos físicos y morales opuestos a una buena mujer: sacan la lengua, ríen
desvergonzadamente, miran con descaro y cogen lo que desean, salen de noche y
se muestran por este y otros motivos, excesivamente frías. Son feas, con una
cara llena de verrugas, y aspecto casi animal. En el norte de nuestro país se
reúnen los sábados, en el «prado del macho cabrío», bailan desnudas, brincan
descalzas, se revuelcan en el suelo, adoran al fuego, gritan y se ríen
estrepitosamente; en ocasiones, los hombres suelen hacer de montura de estas
criaturas, a los que golpean y fustigan. El diablo está presente, observa y
sonríe alegremente, sopla un cuerno de buey y todas callan. Es entonces cuando
dan cuenta de sus malas acciones de toda la semana: provocar todo tipo de
fatalidades y accidentes, sembrar enfermedades, impedir bautizos y, sobre todo,
antes de que acabe la noche y el aquelarre, deben besar el culo al diablo.
Generalmente, siempre se muestran dañinas, matan animales de corral, hacen
bailar a las mujeres toda la noche, tiran de la cama a los curas, o pican los
ojos a los bueyes; los humanos inventan remedios para librarse del poder de
estos seres: clavan monedas por un lado de la cruz, las golpean con un ramo de
laurel, les quitan la ropa cuando se convierten en algún animal, o les ponen
encima una moneda con la cruz hacia arriba, que les impide vestirse y recuperar
su figura de mujer, le rompen una pata al animal en que se han convertido,
dejan abierto un misal y dibujan en el suelo una cruz con unas tijeras para que
no traspasen los umbrales. En ocasiones, se muestran amables: preparan
bebedizos que nos hacen volar, calientan en una sartén grasas que se untan por
el cuerpo y huyen en sus escobas: son las dueñas del aire, desatan los vientos
y provocan tormentas.
En
general, estas son algunas de las descripciones que se ofrecen de la bruja, una
aldeana vieja y pequeña, con pañuelo a la cabeza, mirada perspicaz y sabia,
aunque abunda vestida de negro, con gran
sombrero, quemada en público, y hoy ofrece la imagen de una moderna Halloween,
que proviene de la noche tradicional de Difuntos. Pero lo mejor, buenas o
malas, según la literatura y el cine, son mujeres con mucho poder, con mucha
sabiduría, con amplios conocimientos que usan a su antojo, en beneficio propio
o ajeno, y eso se mire como se mire, asusta y mucho, y llámeseles como se
quiera, brujas, hadas, hechiceras, todas tienen los mismos poderes.
Brujas
El libro de Ana Cristina Herreros
incluye una variedad sorprendente de brujas, entre las que podemos leer
historias como, La Juana
y el hada Mariana (Baleares), no un hada bondadosa sino una mujer que exige
a su nuera Juana deseos imposibles; La joven de la nariz de tres palmos
(Baleares), tres brujas agradecidas a un joven que les hace reír; La bruja
que tenía cara de gato (Cataluña), un cuento que delata su condición a una
bruja porque el gato es su mascota preferida; El rey durmiente y la bruja de
la nariz ganchuda (Cataluña), el caso de un rey dormido por el encantamiento
de una bruja; La varita de las tres virtudes (Comunidad Valenciana),
cuya bruja se parece a una gitana; Lucerito y la bruja Coruja (Murcia),
un nombre que se da mucho en los cuentos populares; El hada mala y la
princesa fea (Murcia), un cuento que sucede en el país de las hadas, todas
buenas y una sola mala que se enfada por no estar invitada al bautizo de las
princesas gemelas; La bella durmiente (Murcia): trece hadas, un número
bastante aciago, con poderes de adivinación, que son llamadas a palacio para
predecir el destino de la princesa recién nacida; El hada de los tres deseos
(Andalucía), un hada clásica con varita que, según la tradición, se suele
llamar «varita de la virtud»; Mariquita y su hermanastra (Andalucía),
protagonizado por tres mujeres que no se sabe si son hadas o brujas, aunque
cada una da muestras de agradecimiento a Margarita con una gracia.
De
las brujas atlánticas, La bruja y el demonio (Galicia), «el diablo
separa, con sus trucos, a una pareja», aunque en esta versión gallega, el
maligno, se deja ayudar por una bruja; El niño y el silbato (Galicia),
una mujer se encuentra con un niño en el monte, le da un silbato mágico que, al
tocarlo, hace que vuelvan todas las ovejas a su lado y se pongan a bailar; Las
meigas chuchonas (Galicia), curiosa la historia de dos brujas vampiras,
madre e hija, a quienes les gusta la sangre y se les llama chuchonas porque
succionan o chupan; La fuente de Ana Manana (Galicia), este personaje es
una moura de la mitología griega que personifica el destino. Las moiras
podían ser bondadosas o malignas, otorgan dones o los arrebatan, igual que el
destino que personificaban; La
Dama del monte das Croas (Galicia), se dice de
esta Dama que es una mujer encantada por un gigante que custodia un tesoro; La
bruja ciega y los hermanos abandonados en el monte (Canarias), extendido
por Europa, los hermanos Grimm lo incluyen con el título de «Hansel y Gretel»,
conocido como «La casita de chocolate», protagonizado por un niño y una niña; El
saco de verdades (Asturias), incluido en las Brujas cantábricas, cuenta la
historia de una mujer con un niño en brazos que recuerda a la Virgen María, aunque
narra el premio a la generosidad y la inteligencia, o el castigo a la búsqueda
del propio interés; El pájaro que habla, el árbol que canta y el agua
amarilla (Asturias), se dice de esta bruja que es «una mujer de encanto» y,
con su poder, «encanta»; Las tres naranjas del amor (Asturias), una
hechicera que pretende hacer reír a un príncipe que nunca lo hace, consigue lo
propuesto, y aprende lo contrario: a llorar; La hija de la bruja (Asturias),
una madrastra maldice a tres hermanos desobedientes que adoptan la figura de un
cuervo durante siete años, así vivirán el resto de su vida; La cueva de la
brujona (Cantabria) es, en realidad,
una anjana mala a quien recurre un padre porque su hija le ha
desobedecido y pretende un encantamiento; La vieja que pedía posada
(Cantabria), esta mujer vieja y hambrienta es una anjana buena, una
bruja buena que se presenta bajo esta apariencia para revelar la verdad de los
corazones de la gente; La hechicera y la vara de fresno (Cantabria),
vive cerca de un lugar sagrado y hace labor propia de buenas mujeres: hila en
rueca de oro y produce sonidos de pájaros; La señorita y el jándalo
(Cantabria), se les llamaba jándalos a los jóvenes de la montaña de Cantabria
que emigraban al sur de la
Península buscando trabajo y una vida mejor; La bruja
ladrona (País Vasco), deja como huella una mano negra, la misma que el
diablo; La princesa sin brazos (País Vasco), una vieja bruja ingrata y
maldecidora que habla mal de la protagonista a su padre; en las Brujas
pirenaicas, la tradición recoge conocidos cuentos, como Belerna la hechicera
y el príncipe de Montapollinos (Navarra), un gitano navarro cuenta el
conocido cuento, «Blancaflor, la hija del diablo»; El zapatero y el
aquelarre (Aragón), se repite la fórmula para volar y el uso del ungüento,
ardid que se sigue proyectando en este tipo de relatos para que las brujas de
Aragón acudan a las reuniones de Tolosa lo más rápido posible; La bruja y la
hiel de serpiente (Cataluña), un cuento lleno de brujas y un rey está
enfermo por el hechizo de una de ellas, aunque no se sabe quién ni por qué ha
sido hechizado, solo podrá desaparecer la maldición si el rey se unta con hiel
de serpiente; La gorra verde (Cataluña), narra las facultades de algunas
mujeres para convertirse en animales poniéndose su piel, aunque aquí la bruja
no se convierte en mujer porque se han llevado su ropa; Las tres princesas
que se reían de todo (Cataluña), una vieja hechicera lanza una maldición a
las princesas que se ríen de ella y no respetan su vejez. Por último, en las
Brujas del interior, se reproducen versiones conocidas, Blancanieves y los
siete ladrones (Castilla y León), que repite el cuento e incluye espejito
mágico; Las siete princesas de las zapatillas rotas (Madrid), El ama del diablo (Madrid), conocida
versión de «Los tres pelos del diablo», Las hadas hilanderas
(Castilla-La Mancha), son tres las que hilan, como las tres parcas de la mitología
griega; o Lechedeburra (Extremadura), en este caso la vieja bien podría
ser un hada porque vive en el fondo de un pozo.
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