… me
gusta
FALL RIVER
La
literatura de John Cheever, según Saul Bellow, es indispensable para conocer el
alma humana en los Estados Unidos. De hombre atormentado, de humor ácido y de
una agilidad mental extraordinaria, calificaba al narrador, John Updike. «Mis
historias favoritas son las escritas en menos de una semana, y compuestas a
menudo en voz alta», señala Cheever cuando se le preguntaba acerca de sus
cuentos. Acumuló experiencias a lo largo de su vida que, con el paso del
tiempo, irían poblando de realidad sus textos: la homosexualidad, el alcohol, o
los abundantes problemas familiares. Unió la literatura y su propia vida como
si de un destino común se tratara. A los dos volúmenes disponibles en España,
editados por Emecé en 2006 y titulados, Relatos, se suma ahora, Fall
River (2010), una colección de trece textos de la época casi juvenil del
primer Cheever, compuestos entre 1931 y 1949. Del 1 de octubre de 1930 data la
primera publicación, según Rodrigo Fresán, autor del prólogo a esta edición, de
Cheever, un cuento autobiográfico titulado, «Expelled», donde cuenta cómo había
sido expulsado de la
Academia Thayer y reproducía la atmósfera de una institución
en la que el conocimiento se sirve sin atractivo alguno. El segundo publicado
por el norteamericano abre este volumen, «Río de otoño» (1931), relatos que se
suponen de aprendizaje, bosquejos de alguien que entendió la literatura como el
vehículo para trascender a las miserias de la sociedad en la que vivió.
Sobresalen, «Cerveza Bock y cebollas dulces» o «Autobiografía del un viajante»
y, sobre todo, «De paso», con la permanente figura del orador de fondo.
Su literatura se nutre de una atmósfera
de neurosis y extrema culpabilidad, la infidelidad es uno de sus temas
recurrentes, su tragedia personal se convirtió en esa metáfora colectiva que
desarrollaba en la mayoría de sus relatos. La prosperidad material que el
propio Cheever experimentó en la sociedad norteamericana, le llevó a
convertirse en el notario del alma enferma de sus conciudadanos. Quizá por este
motivo y no otro, la literatura se transformaría para él en esa experiencia de
rechazo que siempre experimentó con respecto a las relaciones personales. El
relato fue la estricta disciplina que Cheever encontró para mostrar con decisión
la irónica visión de su juventud, prescindiendo de lo innecesario porque, en
realidad, como ya se muestra en la colección, Fall River, el narrador
mira las raíces de un país forjado en la dureza de su tierra, lo variopinto de
sus gentes: campesinos, cowboys y, más tarde, urbanitas y oficinistas, en una
América de postguerra que arrastra un malestar y hunde sus raíces en la pérdida
de una identidad. Algo que se vislumbraba en los primeros cuentos del narrador,
cuyos personajes chejovianos, circulan por diferentes territorios, cercanos a
las falsas apariencias que provocaron las sociedades, tanto rusa como
norteamericana, salvando las distancias temporales de uno y otro país. Por las
páginas de Fall River transitan seres atormentados, con coraje y talento
para salir airosos de las trampas que, en ocasiones, les pone el autor porque,
a pesar de todo, vuelca en ellos una extrema complicidad y la mejor de las
ternuras.
FALL RIVER
John Cheever
Zaragoza, Tropo Editores, 2010
No hay comentarios:
Publicar un comentario