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MEMORIAS DE UN HOMBRE PERDIDO
El
realismo fue un movimiento literario narrativo comprometido que ocupó los
primeros años de la segunda mitad del siglo XX y, aún hoy, sigue teniendo esa
misma vigencia de hace cincuenta años, porque, entre otras cosas, los autores
que entonces fueron quienes, con su actitud y su literatura, sorprendieron a
una sociedad inmersa en el miedo y la miseria, contaron y siguen narrando con
esa clarividencia que otorga la verdad o la realidad de la vida. Jesús López Pacheco, Armando
López Salinas, Alfonso Grosso, Juan Eduardo Zúñiga y Juan García Hortelano, son
algunos de los nombres que Antonio Ferres (Madrid, 1924) rememora, junto a su
propia experiencia, en su último libro Memorias de un hombre perdido
(2002); en realidad, una revisión del realismo comprometido que proporcionó a
los lectores un buen puñado de novelas de corte sociológico y resumen una etapa
interesante de esa larga posguerra cuyo giro social a la izquierda se
vislumbraba ya por entonces. Ferres es autor de una amplia obra iniciada en
1959 con La piqueta, los libros testimonio, Caminando por las Hurdes
(1960), Tierra de olivos (1964) y las novelas, Con las manos vacías
(1964), Los vencidos (1965), Ocho, siete, seis (1972), Al
regreso de Boiras (1975), Los años triunfales (1978), El gran
gozo (1979) y Los confines del reino (1997).
Estos autores habían recibido el magisterio de
una obra literaria anterior comprometida en los nombres Cela, Azcoaga, Romero,
Delibes, Laforet o la alternativa posterior de los realistas, Aldecoa, Fraile,
Fernández Santos, Sánchez Ferlosio, y así el propio Ferres junto a López
Pacheco, López Salinas y Grosso, llevaron su particular cruzada antifranquista
a su obra, aunque esta lucha los llevaría a un largo autoexilio y llegar a ser
considerados auténticos autores de culto por las generaciones de lectores de
los años sesenta y setenta, porque, entre otros motivos, sus obras fueron
prohibidas sistemáticamente en nuestro país. Memorias de un hombre perdido
es un relato autobiográfico tan desolado que contiene todo ese patetismo con
que un escritor puede contar su pasado, empezando por su niñez y sus vivencias
adolescentes de preguerra y postguerra, hasta llegar a una juventud inquieta
que le llevaría a contactar con un grupo de jóvenes de activa militancia de
izquierdas, enfrentada al régimen político. En realidad, se trata de visión
personal de aquella época en la que lo íntimo y lo colectivo se convierten en
el mejor relato que Ferres podría construir desde el frágil equilibrio de una
memoria que repasa en capítulos muy significativos la visión de un Madrid
actual junto al pasado de aquella ciudad entonces sombría y cuyo testimonio
particular se convierte en una realidad universal. Pero, sobre todo, habrá que
significar en este texto el valor social que aún mantiene su literatura puesto
que su narrativa oscila, desde hace más de cincuenta años, entre un compromiso
testimonial y otro más personalista.
MEMORIAS DE UN HOMBRE PERDIDO
Antonio
Ferres
Madrid,
Debate, 2002
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