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LA
HORA DE LA SIESTA
El
cuento es, por su densidad o por su concisión, por su capacidad de sorprender,
por su ambigüedad, por esa posibilidad de relatar lo explicable o lo
inexplicable, lo verosímil o lo falso de la existencia humana, el género que
cultivan los escritores más arriesgados. Quizá porque ese concepto de
exploración metaliteraria ha tocado fondo desde hace tiempo y hoy se vuelve al
gusto por narrar, con la amplitud que proporciona semejante expresión, es
decir, trazar una trama con unos personajes, perfilados éstos, además,
perfectamente. Existe, como contraste frente a otros géneros, una diversidad y
riqueza en el cuento actual que pone de manifiesto, aunque nunca ha dejado de
ser así, el empleo de múltiples fórmulas que miran al pasado e incluyen a
autores tan diversos y universales como Poe o Chejov, Mansfield, Salinger o Carver, Arreola, Rulfo,
Ribeyro o Monterroso, y nuestros Aldecoa, Fraile, Tomeo o Vila-Matas. Una suma
de técnicas, temas y estilos, fórmulas y tendencias que se ofrecen en
colecciones de cuentos con una multiplicidad de enfoques cercanos a un realismo
al uso, que ya nada tienen que ver con concepciones sociales o políticas, sino
que la intención provoca desarrollar historias estructuralmente bien
construidas.
De muchas de estas tendencias y
características participa un libro como La hora de la siesta, de Irene
Jiménez (Murcia, 1977), quien, junto a otra nómina amplia de autores, Nicolás
Casariego, Care Santos, Óscar Esquivias, Felipe Navarro o Andrés Neuman,
apuesta en su primer libro por el cuento y, además, muy firmemente. La hora
de la siesta se compone de diez relatos de desigual extensión, aunque con
un tratamiento exquisito de la trama y el desarrollo de los mismos. Lo
sorprendente de las historias de la joven Irene Jiménez está en la pulcritud de
su desarrollo, en el empleo de los recursos, tanto literarios como los
lingüísticos, para llegar a la conclusión del propósito: unas veces para
sorprender otras para exponer, simplemente. En el relato «El juego»,
desarrolla, precisamente, eso, un juego, pero el juego de la literatura,
materia esencial en su escritura, con títulos y protagonistas, y no está exento
de ese proceso final de sorpresa. O ese otro juego, el del sopor vespertino,
con erotismo incluido, de «La hora de la siesta». Pero quiero destacar «Luna de
papel» y «Despedida», dos cuentos que, por su extensión, pero sobre todo por su
tratamiento, se asemejan a una novela corta y son dos hermosos ejemplos de
relato clásico porque el acontecimiento que desencadena la acción tiene sólo
importancia para la vida privada de sus personajes, aunque éstos no dejan
trascender el hecho más allá de lo necesario y al final, sorpresivamente, todo
queda arreglado por una acción que pierde dramatismo en beneficio de una
síntesis épica, como le ocurre a la joven Helena del primer relato o a Julia,
en el segundo, otra mujer, que vuelve al espacio de sus recuerdos en la costa
de Almería, como si de una despedida se tratara; ambos textos, además, como
ejemplos de ese tipo de cuento combinado, resultan más complejos y desarrollan
una situación inicial sobre un período más extenso de tiempo, con variantes que
giran en torno al eje central del relato y donde el narrador, en ambos casos,
una narradora, está presente en la narración y sirve de nexo de unión con las
situaciones que plantea el cuento. La trama ensayada por Irene Jiménez en estos
dos relatos justificaría el libro en sí, son cuentos elaborados hasta el último
detalle puesto que concentran gran cantidad de materia narrativa y presuponen,
a la postre, una supuesta participación del lector que debe terminar, si es que
quiere, el relato en cuestión. Nuevas referencias literarias en el titulado
«Tres, cuatro cosas» y tampoco es cuestión de perderse «Jamais de la vie». Una
variada tipología justifica la lectura de esta joven murciana de quien habrá
que esperar nuevas sorpresas como la presente, y su merecida inclusión en el
panorama narrativo de las primeras promociones del siglo XXI.
LA
HORA DE LA SIESTA
Irene
Jiménez
Málaga,
Arguval, 2001
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