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viernes, 20 de noviembre de 2015

Gustavo Martín Garzo



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LA SOÑADORA



     Todas las buenas obras narrativas pueden sintetizarse en una breve anécdota que daría paso a una historia más compleja. Los relatos de Gustavo Martín Garzo (Valladolid, 1948) contienen esa sabiduría que se sabe en los grandes maestros del género: la originalidad y el rigor del estilo, la tensión en el relato y la arquitectura del mismo, fundamentada en el caso del autor vallisoletano en los personajes y la atmósfera en que éstos se desenvuelven. Martín Garzo ha conseguido un amplio reconocimiento desde que publicara en 1985, Luz no usada, pasando por obras como El lenguaje de las fuentes (1994), Premio Nacional, Las historia de Marta y Fernando (1999), Premio Nadal, El valle de las gigantas (2000), hasta la presente novela, La soñadora (2002), una nueva alegoría sobre el amor, representada esta vez por las historias paralelas, aunque dilatadas en el tiempo, de dos mujeres que ven frustrados sus amores de juventud: Adela y Aurora han visto como sus respectivas relaciones con el ingeniero Monzó y Juan se han convertido en símbolos de perdición y se han visto unidas por un mismo trágico final.
    La historia comienza cuando Juan Hervás, un importante arquitecto, regresa inesperadamente a su pueblo natal, Medina de Rioseco, convocado por la muerte de Aurora Ventura, su amor de juventud a quien no había vuelto a ver desde su salida de la pequeña ciudad. En realidad, el suceso es aún más triste porque las noticias que recibe al respecto hablan de un aparente doble suicidio junto a un sobrino de corta edad enfermo. Ante la tumba de su antiguo amor ocurre algo de  lo más inesperado: un diálogo entre ambos personajes que servirá de base para desarrollar el resto de la narración y, además, ensayar el repaso a todo un siglo, desde los buenos tiempos de la industria harinera de la comarca, la postguerra española y la actualidad más cercana, la época de la transición española, con todos sus matices. Así se sucederán en el relato narrado las frustraciones de sus principales personajes, arrastrados a una vida cotidiana que les retira su favor y les lleva a toda una serie de contrariedades y de infortunios, sobre todo en el ámbito de lo femenino que tan bien conoce Martín Garzo y que le llevan a realizar unos excepcionales retratos como los de doña Manolita, una suerte de oradora en su sentido más decimonónico y costumbrista, testigo de los amores de otros tiempos, o de Adela, la «soñadora» que carga con el título y el peso de la novela, incluido un desgraciada pasado, y de la propia Aurora, años después, que verá cómo su propia historia queda frustrada igualmente y sólo  recuperará a través de la presencia de Juan, en un interminable diálogo con el espectro de su amor. Esta es, en realidad, una novela sentimental, de ideales románticos, eminentemente lírica, inmersa en un mundo pasado que, no obstante, se actualiza, por la voluntad de sus personajes que consiguen, a través de los sueños, reafirmar los valores de su propio mundo y del resto de los mortales.














LA SOÑADORA
Gustavo Martín Garzo
Barcelona, Areté, 2002

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