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LA
SOÑADORA
Todas
las buenas obras narrativas pueden sintetizarse en una breve anécdota que daría
paso a una historia más compleja. Los relatos de Gustavo Martín Garzo
(Valladolid, 1948) contienen esa sabiduría que se sabe en los grandes maestros
del género: la originalidad y el rigor del estilo, la tensión en el relato y la
arquitectura del mismo, fundamentada en el caso del autor vallisoletano en los
personajes y la atmósfera en que éstos se desenvuelven. Martín Garzo ha
conseguido un amplio reconocimiento desde que publicara en 1985, Luz no
usada, pasando por obras como El lenguaje de las fuentes (1994),
Premio Nacional, Las historia de Marta y Fernando (1999), Premio Nadal, El
valle de las gigantas (2000), hasta la presente novela, La soñadora
(2002), una nueva alegoría sobre el amor, representada esta vez por las
historias paralelas, aunque dilatadas en el tiempo, de dos mujeres que ven
frustrados sus amores de juventud: Adela y Aurora han visto como sus
respectivas relaciones con el ingeniero Monzó y Juan se han convertido en
símbolos de perdición y se han visto unidas por un mismo trágico final.
La historia comienza cuando Juan Hervás,
un importante arquitecto, regresa inesperadamente a su pueblo natal, Medina de
Rioseco, convocado por la muerte de Aurora Ventura, su amor de juventud a quien
no había vuelto a ver desde su salida de la pequeña ciudad. En realidad, el
suceso es aún más triste porque las noticias que recibe al respecto hablan de
un aparente doble suicidio junto a un sobrino de corta edad enfermo. Ante la
tumba de su antiguo amor ocurre algo de
lo más inesperado: un diálogo entre ambos personajes que servirá de base
para desarrollar el resto de la narración y, además, ensayar el repaso a todo
un siglo, desde los buenos tiempos de la industria harinera de la comarca, la
postguerra española y la actualidad más cercana, la época de la transición
española, con todos sus matices. Así se sucederán en el relato narrado las
frustraciones de sus principales personajes, arrastrados a una vida cotidiana
que les retira su favor y les lleva a toda una serie de contrariedades y de
infortunios, sobre todo en el ámbito de lo femenino que tan bien conoce Martín
Garzo y que le llevan a realizar unos excepcionales retratos como los de doña
Manolita, una suerte de oradora en su sentido más decimonónico y costumbrista,
testigo de los amores de otros tiempos, o de Adela, la «soñadora» que carga con
el título y el peso de la novela, incluido un desgraciada pasado, y de la
propia Aurora, años después, que verá cómo su propia historia queda frustrada
igualmente y sólo recuperará a través de
la presencia de Juan, en un interminable diálogo con el espectro de su amor.
Esta es, en realidad, una novela sentimental, de ideales románticos,
eminentemente lírica, inmersa en un mundo pasado que, no obstante, se
actualiza, por la voluntad de sus personajes que consiguen, a través de los
sueños, reafirmar los valores de su propio mundo y del resto de los mortales.
LA
SOÑADORA
Gustavo
Martín Garzo
Barcelona,
Areté, 2002
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