Julio
Castedo
“La literatura como forma de huir
de la realidad”.
Julio Castedo Valls (Madrid, 1964) es licenciado en
Medicina y especialista en Neu-rorradiología. Compagina su trabajo con la
literatura. Hasta la fecha ha publicado dos ensayos, Las cien mejores películas del siglo xx y Buen uso del lenguaje en los textos científicos y los informes clínicos,
una colección de relatos, La máscara de
mi piel, y piezas de teatro breve, Terencio.
Redención (2015) es su cuarta novela,
aunque ya había publicado Apología de
Venus (2008), El jugador de ajedrez (2009),
y El fotógrafo de cadáveres (2012),
con la que obtuvo el reconocimiento de la crítica. Con Redención
pretende llegar a un público lector más amplio, y eso le lleva a apostar por
una estructura bastante más compleja, a enlazar diversas historias que
convergen y así ensayar un auténtico alegato sobre la crueldad y la violencia,
con páginas de un elevado tono erótico acusado, tan explícito como sutil que
justificaría, entre otros muchos aspectos humanos, la actitud de todo un drama
familiar, los Ellerman y los límites a los que les lleva un congénito sentido
de la maldad.
Usted ha llegado a decir que la Literatura es su forma
de huir de la realidad, ¿sigue siendo válida a día de hoy esa afirmación?
Cada día encuentro más motivos para huir de la realidad,
la deriva de la humanidad me resulta espantosa; creo que los escritores nos
escondemos detrás de nuestros personajes como si fuéramos comadrejas huidizas.
Fabular no es más que contar mentiras. Pura cobardía.
Ha publicado, antes de Redención, otras
tres novelas, con una suerte de lectores desigual, y ahora da el gran salto con
una importante editorial detrás, ¿cree usted realmente en el marketing más que
en el resultado de una buena historia?
Una vez que conseguimos entrar en el mundo del libro
impreso, y de verdad que no resulta fácil, no debemos ser ingenuos e
infravalorar el peso de la mercadotecnia. Las grandes editoriales deciden a
quién lanzar en los despachos, a espaldas de la opinión del autor que resulta
elegido, a espaldas de la trascendencia de las historias, sin atender la
técnica narrativa o los méritos estéticos. El mercado tiene sus leyes y sus
modas, y vive de las cifras de ventas; no tiene nada que ver con el arte. Los
buscadores de buenas historias, los heridos por la belleza, somos una rara
excepción en la oferta editorial, pero yo nunca renunciaré a esa pequeña
parcela, no lo hice cuando publicaba en Efecto Violeta, la heroica editorial de
Pilar Algarra, ni lo hago ahora en Planeta. Hay más literatura en los cajones
de muchos autores desconocidos que en las mesas de novedades. Todos lo sabemos.
En la primera novela que publicó,
Apología de Venus (2008), la protagonista, es una suerte de madame Bovary al
revés; ¿en sus inicios hay un intento de seguir a la gran literatura?
Lo hubo en mis inicios y lo habrá mientras escriba. Creo
que es una sana ambición. Decía Benavente que hay escritores que aumentan el
número de lectores y otros que sólo aumentan el número de libros, no me
gustaría llegar a pertenecer a la segunda clase.
El jugador de ajedrez (2009) y El fotógrafo de cadáveres (2012) forman un auténtico alegato sobre
el belicismo, ¿es su particular visión sobre las barbaries de la Humanidad?
Efectivamente esas dos novelas forman un deliberado
díptico sobre la guerra, sobre sus horrores y su devastación, sobre la miseria
moral de quienes disponen de las vidas ajenas para cumplir sus objetivos. Algún
día me gustaría verlas publicadas juntas. El
jugador de ajedrez tiene como fondo las cárceles nazis, El fotógrafo de cadáveres, las
trincheras centroeuropeas de la Primera Guerra Mundial. Ninguno de esos dos
escenarios debió llegar a existir, pero el hecho es que estuvieron ahí y que no
conviene olvidarlos; siempre habrá fanáticos dispuestos a beneficiarse de
nuestra mala memoria.
Sus personajes son siempre perdedores,
¿es así porque hemos ido creando una sociedad absolutamente que se mueve entre
desolación?
Hemos creado una mendaz cultura del éxito a pesar de que
sólo una minoría, casi siempre vulgar y caprichosa, disfruta de ese regalo; los
demás, los ciudadanos normales, los verdaderos pilares de la sociedad,
sobrellevamos nuestras numerosas derrotas mirándonos en espejos de feria. La
fatuidad del vencedor es, para la
Literatura, insignificante al lado de la dignidad del
derrotado.
El concepto de la desolación también me interesa, y es
cierto que abunda en mi obra. Esa forma extrema de aflicción, cuando un
personaje sabe contenerla y sublimarla, encierra una notable grandeza moral.
En El fotógrafo de
cadáveres, se percibe la mirada de un inocente, el joven Arthur Klammer,
sobre las miserias humanas, ¿hace falta insistir en esa necesidad de
concienciación?
Claro que sí. Cada joven es un acontecimiento novedoso,
una tabla rasa, y hay que darles la suficiente información para que sean
capaces de escribir sensatamente en ella su biografía. Si permitimos que sus
certezas vengan dictadas sólo por las televisiones o por el caos de internet
los condenaremos a un futuro estrecho, lleno de hedonismo y narcisismo.
Condicionar a un joven es malo; concienciarlo, por supuesto que no.
¿Qué
espera Julio Castedo de su cuarta novela?
La insistencia tenaz del silencio me ha enseñado a no
esperar nada cada vez que publico una obra. Ya tengo algo más de cincuenta años
y, si llega el éxito, posibilidad que me permito dudar con cierta indiferencia,
me habrá alcanzado algo mayor para hacer cambios radicales en mi vida.
Redención (2015), es sin duda una novela más compleja, ¿ha llegado
usted a ese momento en que la literatura le produce todo un cúmulo de
satisfacciones?
No sé si esa pregunta es irónica o benévolamente capciosa.
Para quien como yo la
Literatura es casi una religión, las satisfacciones tardan
mucho en llegar, o no lo hacen nunca, o, en el mejor de los casos, son casi
domésticas: un amigo que se emociona con un texto, un lector anónimo que te
busca por internet y te felicita sin conocerte, un compañero de trabajo que te
pide que le dediques un libro. El proceso de la creación tiene, al menos en mi
caso, más de desgarro que de celebración.
Ambientada en
Inglaterra, ¿qué pretende alejándose de un escenario más conocido como alguna
región o ciudad española?
Creo en una identidad europea, en algo posible y concreto
que hasta ahora no ha sabido conducir la mediocridad de nuestros políticos y
que anularía la voracidad aldeana de los nacionalismos. En cualquier caso,
nunca me permitiría el lujo de escribir acerca de lugares que no conozco y que
no comprendo. España es mi referencia principal, pero no renuncio a un entorno
europeo que también considero propio: El
jugador de ajedrez está ambientado en España y Francia; Apología de Venus en España; El fotógrafo de cadáveres en Austria y
Serbia; Redención en Inglaterra y
España.
En esta
novela sobresale la crueldad, la violencia y un acusado erotismo, ¿se trata de
justificar solo el drama de toda una estirpe familiar, o de mostrar la
complejidad del ser humano?
Uno de los personajes de Redención le dice a Paul Lancaster, el investigador, que la
sociedad moderna no es muy distinta de una selva, que detrás de esas fachadas
de cristal hay hienas despellejando gacelas, y leones matándose entre ellos por
una hembra joven o por un mayor trozo de carne. Creo firmemente que lo
ancestral ejerce un poderoso influjo en nuestras vidas, que dentro de cada uno
de nosotros duerme una bestia prehistórica, un primate esclavo de sus deseos;
no tenemos más que contemplar nuestros sueños.
Las diversas historias que se encadenan
en Redención ¿intentan mostrar esa liberación que, de alguna manera, buscan los
personajes?
Me gusta creer que siempre existe una esperanza, cierta posibilidad
de liberación y, si es así, entiendo que esa liberación ha de ser, en primer
lugar, interior y, por extensión, hacia nuestros seres queridos. Ése es el
núcleo no sólo de Redención, sino de
toda mi obra.
Aunque la trama se concreta en la
familia Ellerman, casi todos sus personajes, de una manera u otra, pasan por
verdaderas dificultades, ¿convivimos solo con seres atormentados?
Afortunadamente, no, pero nadie escapa de las
dificultades, al menos nadie que a mí me interese como personaje.
¿Podemos
hablar de un auténtico thriller
anglosajón, perfectamente ambientado, sobre los límites mismos de la maldad
humana, o Redención es acaso algo
más?
Mi afición al cine y mi devoción por nuestro idioma, ya
muy antiguos y difíciles de doblegar, me hacen preferir el término “suspense”. Redención, que tiene tantas influencias
del cine negro americano de los cincuenta como del gótico sureño, carece de prensiones de género;
sencillamente es la historia que sentí la necesidad de contar, aunque al
hacerlo alterando el orden cronológico obligara al lector a un esfuerzo algo
mayor que el habitual de pasar las páginas.
Un
atrevimiento, ¿calificaría usted este libro de novela negra?
Desde luego que no. Aceptaría, como mucho, calificarla de
novela oscura.
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