ADIÓS A HENNING
MANKELL
El nombre de
Henning Mankell (Estocolmo, 1948-Gotembrugo, 2015) es de sobra conocido en
nuestro país, todo el mundo lo identifica como el gran patriarca de la
literatura policíaca escandinava, y uno de los maestros de la novela negra
contemporánea. Su serie protagonizada por el inspector Wallander ha sido
pionera y sentó las bases de una categoría del género criminal: la novela
nórdica. El Mankell escritor destaca por su infalible capacidad de observación,
tanto en cuestiones sociales así como en los tipos humanos que pueblan sus
novelas. Es un gran creador de atmósferas, y un talento único para crear
personajes indelebles; por eso, sin duda sus historias, al margen de los
enredos policíacos, provocan un dilatado recuerdo y dejan poso porque hablan de
esos otros dramas humanos de la
Europa contemporánea y, sobre todo de su amada África, casos
de algunos títulos, Comedia infantil (1995) o Hijo del viento (2009). O como se desprende de un
libro como Arenas movedizas (2015),
unas singulares y emotivas memorias parciales, porque si los escritores se
dividen entre los que iluminan y los que ocultan, él siempre ha perseguido
desvelar con su literatura lo que los algunos están empeñados en enterrar o
esconder: “Escribir es iluminar con una linterna los rincones de penumbra.”
Mankell cuenta cómo, siendo un
niño, le aterraba, la idea de ser engullido por una de esas arenas sin dejar
rastro aunque luego, con el paso del tiempo, ha descubierto la verdad que rodea
a ese mágico fenómeno, todo mito. Y en este caso, frente a la enfermedad
diagnosticada: cáncer, que parecía engullirlo sale, recién estrenado el año
2014, de la consulta para aferrarse a los recuerdos, y así repasar parte de su
vida: “Puede que no me atreviera a pensar en el futuro —asegura—. Era
territorio incierto, minado. Así que volvía continuamente a la infancia”, se
puede leer en el libro. En igual proporción, con respecto a su adolescencia y a
su madurez, a sus momentos estelares a lo largo de una extraordinaria y dilatada
vida. En estos textos se enfrenta al horizonte de la muerte creando todo un
amplio recorrido de algunos de los primeros hallazgos que han marcado su
existencia personal y colectiva. No es un libro que cuestione aspectos
filosóficos, sociológicos o una especie de manual de autoayuda, aunque en los
67 capítulos o entradas de que se compone, se haga esas preguntas esenciales de
siempre; sino que más bien, y a partir de ellas recuerda que la vida de cada
uno está llena de historias luminosas o sombrías, cuentos o novelas según se
quiera, que nos conectan con nuestros semejantes y con el resto del mundo. Y
como cabe suponer, siguiendo su estilo, Mankell proyecta una denuncia política
y social sobre el legado que en estos precisos momentos está dejando nuestra
civilización a la humanidad: no se trata de un pormenorizado inventario de la
memoria de inventores, o pintores, incluso escritores o músicos y sus grandes
obras, sino que el narrador se muestra preocupado por los residuos nucleares
enterrados en el fondo de alguna montaña sueca, y más le pesa el último
recuerdo que deje el ser humano que, según él, se concretará: “Que nadie
recuerde nada. Lo último que dejaremos detrás de nosotros es algo que
escondemos para que nadie lo encuentre”.
La literatura, en esta ocasión,
es un modo de consuelo, y debemos reconocerle a Henning Mankell el valor de
describir así su angustia: “Ahora que tengo cáncer comprendo muy bien la
sensación de extravío. Me encuentro en un laberinto que no tiene entrada ni
salida. Sufrir una enfermedad grave es haberse extraviado en el propio cuerpo,
en el que sucede algo que uno no puede controlar”. Arenas movedizas se convierte así en un auténtico rompecabezas
de historias que entretejen en silencio el porvenir de una persona que se sabe
en la desesperación misma que le otorga la incertidumbre de un futuro. Un libro
que se escribe con la mejor prosa de un valiente y auténtico Mankell.
Mientras leíamos, y redactábamos
estas líneas, las noticias sobre la salud de Mankell confirmaban que con Arenas movedizas había firmado su
testamento literario. Quienes hemos seguido la mayor parte de su producción
literaria, nos cosuela saber que en estas páginas se encuentra un valiente
Henning que le había pedido a la muerte un pequeño retraso para dejarnos una
nueva muestra de su maestría literaria.
ARENAS MOVEDIZAS
Henning Mankell
Barcelona,
Tusquets, 2015; 374 págs.
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