TURRONES
PARA SENDER
(Epistolario personal de Ramón J. Sender
y Eduardo Fuembuena)
Ramón
J. Sender manifestó en sus primeros años de periodismo una aguda tendencia al
compromiso político-social, a la historia pretérita y presente de la España republicana, y una
acusada curiosidad sobre el espíritu de los seres y de las cosas que más tarde
reproduciría en sus novelas. La guerra civil le sorprendió veraneando con su
familia en San Rafael, un pueblecito, de la sierra de Guadarrama. Salió de
España a finales del año 1938,
a su esposa, Amparo Barayón, la habían fusilado el 11 de
octubre de 1936, en Zamora, aunque él conocería este suceso dos meses después,
y sus dos hijos, Ramón y Andrea, desamparados en zona nacional, fueron
rescatados por la Cruz Roja
Internacional y llevados a Bayona, a principios de 1937, donde se reunieron con
su padre que había llegado hasta allí desde el frente de Aragón. Poco después,
el escritor iniciaría un largo destierro que le llevaría primero a un campo de
concentración en Francia, más tarde a México y finalmente a Estados Unidos,
concretamente a San Diego (California), en cuya universidad enseñó y donde
volvería a casarse y rehacer su vida.
La posición de un escritor en el exilio
condiciona, necesariamente, su obra— señalaba Juan Luis Alborg, en Hora
actual de la novela española (1962)—, constriñéndola y sacándola de su
natural camino. Ya añade el peligro de crear bajo el espejismo de la lejanía,
la nostalgia o el resentimiento. Un apasionado Sender, joven periodista durante
la Guerra de
Marruecos, ingresó en el prestigioso diario El Sol como corrector y
redactor, entre 1924 y 1930, posteriormente afianzaría su fama en medios
libertarios, Solidaridad Obrera y La Libertad. Sus
primeras novelas de ideología revolucionaria cosecharon un extraordinario
éxito, Imán (1930), Orden público (1932), Siete domingos rojos
(1932), Viaje a la aldea del crimen (1934) y, sobre todo, Mr.Witt en
el Cantón (Premio Nacional de Literatura, 1935). Su prolongada estancia
norteamericana le llevó a un considerable aumento de su producción literaria,
Crónica del alba (1942-1966), Réquiem por un campesino español
(1953), Bizancio (1958), La llave (1960), La aventura
equinoccial de Lope de Aguirre (1968), el premio Planeta, En la vida de
Ignacio Morell (1969), La efemérides (1976) y La mirada inmóvil
(1979). Ramón José Sender Garcés había nacido en Chalamera, Huesca, en febrero
de 1901, visitó España en diversas ocasiones, la primera un mediodía de mayo de
1974, volvería dos años más tarde, y en 1980 solicitó recuperar su nacionalidad
española, aunque murió sin conseguirlo en la madrugada del 15 al 16 de enero de
1982, solo en su apartamento de San Diego. Buena parte de sus estancias las
pasaría en su tierra aragonesa, donde conoció a Eduardo Fuembuena, fundador,
editor y director de Aragón/Exprés,
medio que apareció por primera vez el 28 de enero de 1970, hasta que en
1979 se transforma en diario de la mañana, con 24 páginas, compuesto a 6
columnas y colaboraciones importantes de García Badell, Martín Ferrand, Pérez
Valera, F. de Pablos, o Pedro Calvo Hernando, pero las dificultades económicas
de la familia Fuembuena llevaron a su cierre y, el 22 de enero de 1983, se
publicó el último número. Fuembuena había solicitado colaboraciones al escritor
para su periódico, y este aceptó la propuesta en San Diego, desde donde enviaba
sus artículos y reseñas de crítica literaria de forma ininterrumpida, lo que
originaría un amistad más allá del simple intercambio mercantil por parte de
ambos. Durante años, Fuembuena le enviaría, vía Iberia, los periódicos,
además de ciertas dulzainas por navidad que incluían, por supuesto, turrones
variados para festejar dichas fiestas: «Por fin han llegado tus confites. Nunca
es tarde si la dicha es buena y puedes imaginar lo buena que ha sido para la
chiquillería propia y ajena. Mil gracias./ Tus paquetes de Christmas son ya
famosos en la aduana (aquí) y es divertido ir a buscarlos (3 enero, 81)». «Ayer
llegaron los turrones. Gracias mil. En América no hay cosas tan exquisitas y
excuso decirte que has hecho felices a media docena de hijos de amigos míos que
también leen Aragón/Exprés. Y antes que a ellos a mí mismo, que recuerdo
mis años infantiles (6 de enero 1982) —escribiría el narrador en algunas de las
cartas familiares que se reproducen en este curioso libro que firma, Marta
Fuembuena.
El
libro Turrones para Sender. Epistolario personal de Ramón J, Sender y
Eduardo Fuembuena (Tropo Editores, 2011), editado por Marta Fuembuena
Loscertales, nieta del fundador del periódico, reproduce la «Historia de un
encuentro, el encuentro de una historia», así como algunas entrevistas con el
escritor durante sus estancias en Zaragoza, un epistolario personal, algunas
imágenes personales de la familia Fuembuena, así como un pequeño ensayo de José
Domingo Dueñas, con unas referencias bibliográficas. En realidad, Fuembuena se
convirtió, como queda dicho en el volumen, en principal impulsor e, incluso,
promotor de la vuelta del escritor a España, inicialmente a su tierra
aragonesa, y a Salou donde disfrutaría de la tranquilidad de la costa. La
correspondencia muestra a un Sender bastante mayor, muy cercano en su
tratamiento con el periodista a quien da cumplida referencia de su vida, de sus
colaboraciones, o de sus libros. Lo más interesante del libro, un breve
acercamiento de José Domingo Dueñas Lorente a un Sender implicado en los
primeros acontecimientos bélicos y su salida de España, y el proceso narrativo
seguido por el aragonés en su producción desde el exilio, aunque destaca el
somero análisis de las colaboraciones del diario de la tarde, ocho en total que
reproducen anotaciones del escritor aragonés sobre Hemingway, Cendrars, un
ejecutado Gilmore, Tucci o sobre aspectos como el inconsciente, la religión y
la correspondencia de los escritores. Sender publicó en Aragón/Esprés
más de doscientos artículos, según Dueñas, a lo largo de los casi diez años de
colaboración con Fuembuena, aunque algunos se habían publicado, previamente, Blanco
y Negro. El argumento para escribir Sender era elegir un libro por su
sensibilidad expuesta, aportaba sugerencias propias frente a una técnica de
crítica oficial, descubría el buen sentido y la pertinencia o no de su tesis
para ejercer una reflexión libre sobre el texto. En uno de sus artículos, como
señala Dueñas, llegó a escribir que: «No me atrevo a llamar mi tarea “crítica
de libros” porque solo hablo de los que me gustan. Y entonces más que una
crítica es una especie de comentario rapsódico. Los libros malos no merecen
siquiera el anatema. Se van solos al infierno». Mostró, no obstante, su
admiración por Hemingway, por L.C. Celine, de Ortega apuntaba ciertas
inexactitudes, y sobre Unamuno escribió que su personalidad sobresalía sobre su
literatura, o que Valle-Inclán, Machado y Baroja tendrían una pervivencia más
asegurada. En otros muchos casos, su mirada estaba en la actualidad, el caso de
Patricia Hearts, la desigualdad de los negros estadounidenses, la guerra de
Vietnam, o la supuesta deriva ideológica de España. Se defendía de los ataques
producidos durante sus visitas a España, cuando lo tachaban desde sectores
ideológicos rezagados de conservador. Buscó siempre, como se muestra en esta
breve antología, la categoría en lo anecdótico y en el detalle el fondo del
asunto. Como señala el autor del artículo, estos textos muestran un Sender
maduro en diálogo permanente con su tiempo, en el afán indomable de entender y
de entenderse en su encomiable empeño por otorgar una dimensión social a la
tarea de escribir.
La proyección de Sender, los textos
publicados en Aragón/Esprés, así como su último libro, Monte Odina
(1980), y este paseo por lo más íntimo de una amistad, Turrones para Sender,
aportan nuevos matices a la hora de valorar y enjuiciar la obra narrativa y el
ensayo del gran narrador de Crónica del alba.
Fuembuena
Loscertales, Marta, Turrones para Sender; Zaragoza, Tropo Editores,
2011; 158 págs. + imágenes inéditas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario