Ariana Harwicz
“Existe una falsa asociación, o
una asociación muy rápida, entre la escritura contemporánea y lo sórdido. O la
visión de la literatura contemporánea como oda a la sordidez”.
Ariana Harwicz nació en Buenos Aires en 1977.
Realizó estudios de guión cinematográfico en la Escuela Nacional
de Experimentación y Realización Cinematográfica; y de dramaturgia en la Escuela de Arte Dramático
y completó sus estudios con una licenciatura en Artes del espectáculo en la Universidad Paris
VIII y con un máster en Literatura comparada en La Sorbona.
Su primera
novela Matate amor (2012) (fue publicada
en Argentina en Paradiso, y en España en Lengua de Trapo) fue traducida al
hebreo, y adaptada al teatro. Además es autora de un libro escrito en
colaboración, Tan intertextual que te
desmayás (Contrabando, 2013). Y ahora Mardulce acaba de publicar, La débil
mental (2015).
¿Está usted
de acuerdo en esa afirmación que su literatura provoca, de alguna manera,
cierta perturbación?
Escribo perturbada, no puedo sino, así que debe ser cierto el
contagio.
¿La distancia
geográfica de su país le proporciona una mejor visión de los temas que ensaya
en sus obras?
No la distancia con el país pero la distancia con una vida
conocida. Ese efecto de distanciamiento con el mundo doméstico, con el
lenguaje, con la gestualidad aprehendida. Y por si eso fuera poco, con la
ciudad. Retirarse ayuda a ver. Pero igual lo que tiene que producirse para
escribir es algo más misterioso porque yo estuve encerrada en la misma casa de
campo en la que vivo ahora, afuera menos quince grados y las ventanas tapiadas
de nieve, el fuego, el silencio eterno y yo, y no pude escribir ni una línea. O
sea, escribí mil páginas, pero al final no quedó nada.
¿Es verdad
que no hay nada más sórdido que el deseo?
Es mentira, yo dije “No hay nada menos sórdido que el deseo”.
Lo dije para contrarrestar lo que a mi parecer a veces es una falsa asociación,
o una asociación muy rápida, entre la escritura contemporánea y lo sórdido. O
la visión de la literatura contemporánea como oda a la sordidez.
Su reciente
novela, La débil mental (2015) es una novela inquietante, violenta, muestra una
absoluta desolación, y está plagada de una insistente pulsión sexual; ¿es su
forma de contar como es la condición humana?
Esta hija parida por esta madre en particular tiene una
pulsión sexual inagotable. Un deseo sexual inapagable. Ningún embarazo ni
ninguna situación lo detiene. Sigue, sigue, es intolerable. Eso las une, eso
las hace odiarse, es el tejido entre ellas, y esa casa de camas abiertas,
deshechas, de ropa mojada debajo del colchón.
Ud. ha
llegado a afirmar que tiene dos obsesiones, lo erótico y la muerte, ¿cómo se
traduce, o intenta explicar este binomio en La débil mental?
Es igual, la muerte las lleva a lanzarse a la cama con un
tipo sucio y extranjero a la madre, con un hombre casado que a penas la visita
a la hija, y tienen ese mismo recuerdo de la abuela, esa sombra. ¿Qué engendra
qué? La muerte al deseo o al revés. Cómo
se alimentan. Pero después al espirarse por la cerradura lo que se ve es goce. Ese es el ritmo de la casa como en otras al
entrar uno huele a galletita de limón.
Su concepto
del mundo familiar, ¿es meramente convencional?
No. En realidad, nada me parece convencional o no se puede
escribir acerca de eso. Me gusta estar en familia, rodeada de varias
generaciones, la mesa servida, la cocina con gente entrando y saliendo, el
llamado ancestral “a la mesa” o “a table!” el ritual del ritual y ver todo lo
que pasa por debajo, lo que se desliza, el entramado, el tipo que se pegará un
tiro dos días después pero que por ahora acomoda su servilleta o se peina los
bigotes, alguien que contiene el llanto mezclando una salsa, todo lo encubierto
en la felicidad. Es un género que no se agota.
Se lo pregunto porque, en
La débil mental, madre e hija juegan y se divierten juntas pero en mitad
de una violencia desatada, ¿es así?
Sí, eso es lo mejor, ves una pareja que se divierte un día de
sol al final del verano, trepándose uno sobre el otro, hacen un asado, salen a
caminar las mujeres con los niños por el bosque, en medio de la carretera pasa
lento un puercoespín, respiran el humo de carne y de repente alguien estalla en
llanto porque se acuerda de algo, o se tuerce una mano y se vuelve loco, y las
puertas empiezan a cerrarse con violencia o se rompe un vidrio y los niños
quedan a la deriva, esa combinación justa es lo más difícil de captar.
El escenario
en esta novela parece vacío, ¿es una necesidad suya inherente para contar sus
historias, o se deja influir por el medio?
Las dos cosas. El medio ayuda a mimetizarse, a no agregar
cosas de más, a depurar la mirada y por ende la escritura. Pero además me gusta
eso, síntesis, encierro, vacío. No vacío porque hay yuyos, hay cazadores, hay
pubs y cerdos salvajes, pero nada más.
Sus
personajes, concretamente, los femeninos, ¿están todos, realmente,
atormentados? Es una observación porque en su novela anterior, Mátate, amor (2012) la protagonista
parece estar aislada de todo.
Sí, en Matate, amor
hay una atmósfera de thriller, en La débil mental de obra de teatro del absurdo
y en la próxima novela, Precoz, clima de película de terror. Pero todo nace de
estas mujeres algo atormentadas. Todo es culpa de ellas.
En realidad,
madre e hija, ¿añoran una vida normal?
No creo, no. No sé si pudieron
tener alguna vez una vida normal.
La novela
tiene “casi” una estructura cinematográfica, ¿pretende condensar así mejor esa
apocalíptica visión de los hechos de ambas mujeres, a base de escenas?
Mientras la escribía la veía, en esa visión, en esa
proyección de la escena no hay diferencia con el guionista o el dramaturgo. Creo
que sí hay un efecto buscado de condensar las acciones, de restringir el
perímetro lo más posible. Es como en un ataque de algo, locura, de hambre, de calentura, como en toda pulsión, uno va al
punto, a la yugular.
Finalmente,
¿qué parte le deja al lector para que juzgue a sus protagonistas?
Espero que todo. En ningún momento, ni al imaginarlas, ni al
escribirlas ni al corregir pienso en la mirada del otro, en lo que producirá,
en los efectos colaterales. Solo me interesa que estén vivas. Que desaten su
angustia al punto máximo y poder captarlo en las palabras.
Lo suyo, en
la literatura, en realidad, ¿es un acto de rebelión?
Iba a decirte que no porque me pareció presuntuoso, pero en
verdad, sí. Escribir es lo que le da interés a todo lo demás, si no para qué la
casa, las reuniones, el niño, las cuentas.
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