Selva Almada
“Me gusta que aparezcan en las voces
de los personajes y que a veces hasta contaminen la voz de un narrador
omnisciente”.
Selva Almada nació en Entre Ríos en
1973. Es autora de los libros Mal de muñecas (2003), Niños (2005) y Una chica
de provincia (2007). Integra diversas antologías de cuentos, entre ellas Die
Nacht des Kometen (Alemania, 2012). Ha publicado dos novelas, El viento que
arrasa (2012), donde Almada, como una paisajista, se detiene en detalles
mínimos para captar el modo que tienen los personajes de relacionarse con la
soledad y el silencio; lo hace con naturalidad; y Ladrilleros (2013), ambas en
Mardulce, que hace un año iniciaba su andadura editorial en España. Fue becaria
del Fondo Nacional de las Artes. Co-dirige el ciclo de lecturas Carne
Argentina. Coordina talleres de escritura en Buenos Aires y en el interior del
país.
¿Esta
ud. de acuerdo en calificar su prosa entre poética y realista?
Siempre
le di mucha importancia al cómo se cuentan las historias y no sólo a contar una
historia. Me gusta trabajar con el lenguaje, sobre y a veces contra el
lenguaje, contra el “escribir bien” sobre todo. Hace veinte años que escribo,
los primeros diez me preocupé en aprender a “escribir bien” para después poder
romper todo y “escribir mal”. Con esto quiero decir: escribir lo que quiero y
como quiero (que a veces es “como puedo”). Y sí mis ficciones son bastante
realistas, pero nunca documentales (excepto Chicas muertas, claro). Y hay una
búsqueda en el ritmo de la prosa que puede ser poética o que puede dar esa
impresión. Me gusta mucho la poesía, en Argentina hay grandes poetas, pero
también me parece un género dificilísimo.
Ud.
empezó escribiendo cuentos, y en estos últimos años, se pasó a la novela, ¿qué
diferencias establece entre ambos géneros, si es que los establece?
No
hay diferencias, excepto las obvias: una novela exige quedarse más tiempo en
ese universo, uno entra y sale con esa familiaridad con la que entra o sale de
su casa… en cambio el cuento exige estar ahí poco tiempo pero con mucha
intensidad, no se puede entrar y salir, cuando entras es para quedarte todo lo
que haga falta.
Su
novela, El viento que arrasa (2012) ¿es el homenaje a su tierra?
No,
para nada. Yo nací y crecí en Entre Ríos y esta novela transcurre en el Chaco,
dos paisajes absolutamente distintos, dos idiosincrasias muy distintas también.
La
crítica afirma que sus huellas literarias se hallan entre Onetti, Faulkner y
Caldwell, ¿esto es más un halago o una deuda que deba pagar?
Cuando
empecé a escribir Onetti era una iluminación constante. Es un escritor que
admiro muchísimo, uno de nuestros grandes escritores. Onetti era muy lector de
los norteamericanos, entre ellos de Faulkner y seguramente de Caldwell. A mí
también me gustan mucho esos escritores, aunque los descubrí hace pocos años.
Después me di cuenta que cuando leía a Onetti ya los leía a ellos en cierto
modo. Me halaga cuando los rastrean en mi obra, claro, los escritores somos
antes que nada lectores. Deuda no sé, no creo que ninguno se moleste en salir
de su tumba para cobrarme algo a mí.
¿El
paisaje es importante en El viento que arrasa y de alguna manera
caracteriza a sus personajes?
El
paisaje se articula en la novela como un personaje más… interactúa con los
otros personajes, influye en ellos y en sus acciones, sí.
Y
luego está, la fuerza de lo oral, o la oralidad de los personajes, ¿de dónde
proviene ese intento de alejarse del costumbrismo argentino?
Me
gusta trabajar con el registro oral. Tengo buen oído para captar esos matices y
registrarlos en la memoria. Me gusta que aparezcan en las voces de los
personajes y que a veces hasta contaminen la voz de un narrador omnisciente.
El costumbrismo es una cosa hueca,
nunca me interesó.
Cuatro
personajes, tres masculinos y una joven mujer, ¿subyace, tal vez, un concepto de machismo?
Soy feminista. Sabiéndolo mucha gente me ha hecho la
misma pregunta: ¿por qué
personajes hombres y no mujeres? y ¿ese tipo de hombres? Los personajes masculinos me
causan mucha curiosidad, por eso los elegí en mis dos novelas, pero la mayoría
de mis relatos son protagonizados por mujeres y Chicas muertas es un libro que
se ocupa puntualmente del tema de la misoginia y la cultura patriarcal en la
que vivimos... en ese aspecto creo que no le debo cuentas a nadie. En mis
ficciones no me interesa hablar de o dejar tal mensaje. La literatura didáctica
nunca me interesó. En El viento que arrasa aparecen sólo tres mujeres, una
sola en presencia (Leni), las otras dos ausentes (su madre y la madre de
Tapioca)... creo que en las tres se evidencian bastante los estragos de la
cultura patriarcal como para que haya dudas acerca de si mi literatura es
machista. Definitivamente creo que no lo es.
Se
lo pregunto porque hay una evidente tensión entre los hombres, y la mirada
siempre expectante la joven Leni, pero aparentemente nunca ocurre nada, ¿es
así?
Yo
creo que aunque no lo parezca en la novela ocurren muchas cosas. Es una
historia aparentemente pequeña, sencilla, pero hay algo subterráneo, ominoso
que por momentos sale a la superficie. Quizá en esas pocas horas que
transcurren en la novela no lleguemos a vislumbrar todo lo que pasa o lo que
pasará, pero no creo que no ocurra nada.
La
violencia del medio, donde se desarrolla la novela, ¿evita de alguna manera el
enfrentamiento de estos personajes, sobre todo del reverendo Pearson y del
Gringo Bauer?
Yo
creo que Pearson y Brauer se enfrentan a lo largo de toda la novela, si tuviera
que sintetizarla diría que es el enfrentamiento entre dos personajes
aparentemente opuestos, en el fondo muy parecidos. Se enfrentan a tal punto que
hasta hay una pelea a las trompadas.
Cada
personaje guarda su propio secreto, algo que no se desvela a lo largo de la
novela, la información sobre ellos es mínima, y solo las circunstancias o el
destino los une para desarrollar todo el relato, ¿escenifica usted, de alguna
manera, el desarrollo de unas vidas destruidas?
No
diría que son vidas destruidas. Quizá sean relaciones complejas: las relaciones
entre padre e hija, por ejemplo; o entre dios y los hombres… si hay un
personaje que pueda tener la vida destruida quizá sea la madre de Leni, que no
tuvo oportunidad al parecer. En el caso de los demás personajes, creo que nada
está dicho, que pueden torcer el rumbo.
Y
otra pregunta, al hilo, ¿de qué manera influencia la religión o lo religioso en
El viento que arrasa?
No
fue pensada como una novela religiosa o sobre la religión, para nada. Al ser
uno de sus personajes un pastor evangelista, la religión o, diría más
exactamente, la fe es uno de los temas y no es menor porque se enfrenta a la
concepción que tiene Brauer. Pero yo no soy una persona religiosa. Para
escribir los sermones me valí de unos folletitos que dejaron en mi puerta alguna
vez los Testigos de Jehová… una fuente bastante sintética del asunto, como
verá…
Porque,
en realidad, ¿el reverendo es un mal tipo? ¿se parece más a un pastor
norteamericano?
No
sé si es un mal tipo. A mí me gusta construir personajes contradictorios: ninguno
es bueno o malo, siempre son las dos cosas… en todo caso, el lector decide si
le cae bien o mal, si empatiza o no. Pero creo que Pearson tiene tantos malos
sentimientos como buenos sentimientos, que es un personaje complejo, difícil de
catalogar de una primera ojeada.
¿Cuánto
hay de autobiografía, si es que la hay, en sus libros?
En
El viento que arrasa no hay nada, es una obra de ficción.
Recomiéndenos,
brevemente, su siguiente novela publicada, Ladrilleros (2013).
Ladrilleros
es mi segunda novela. Es bien distinta a El viento que arrasa. Es una novela
más desbocada, más desbordada, con personajes violentos, sexuales, gozosos… y
con escenas que los acompañan en esos sentidos. El lenguaje es distinto
también, hay un registro oral mucho más intenso. El viento que arrasa es una
historia que escribí en voz baja, casi en un susurro que es como se supone que
le hablamos a dios. A Ladrilleros la escribí como esos perros que están mucho
tiempo atados y los sueltan y se desmadran.
Pero creo que hay que leerlas en el
orden que se escribieron: primero El viento que arrasa.
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