ADIEU, TRISTESSE
Bonjour,
tristesse, celebraba 60 años en 2014, después de su publicación en 1954.
"La
gente que escribe libros rara vez son intelectuales. Los intelectuales son
gente que hablan sobre los libros que han escrito otros."
Una jovencísima Françoise Sagan
(Cajarc, Lot, 1935-Honfleur, Normandía, 2004) se convirtió tras la publicación
de su primera novela, Buenos días, tristeza (1954), en un fenómeno
editorial que conmovió a la sociedad francesa del momento. Autora de algunos
éxitos narrativos posteriores, escribió teatro y algunas, poco afortunadas,
incursiones en el mundo del cine con guiones de escaso éxito, sus obras
fundamentales fueron traducidas a las principales lenguas europeas y al resto
del mundo. Los historiadores y sociólogos franceses opinaron que la década de
los 50 iba a representar para Francia el inicio de una nueva época; tal vez,
por este y otros motivos, la obra de una desconocida Françoise Sagan provocó un
auténtico revuelo en diciembre de 1954, a quien calificaron como “la hija de su
tiempo” porque su novela supuso un ajustado testimonio, un modo nuevo de
entender la existencia que, tras comenzar a fraguarse en la década de los cincuenta,
marcará las décadas siguientes y se convertirá en una parte de la conciencia de
los países occidentales. Francia había vivido dos períodos de postguerra que
provocarían un profundo análisis de conciencia colectiva y desembocó en la
asunción, por parte de la intelectualidad francesa, de una auténtica lucha de
ideologías: existencialismo, surrealismo, marxismo, cristianismo, que
sentarían las bases de un nuevo concepto de hombre y de su realidad. Este desarrollo
intelectual provocó una literatura comprometida, que sembraría interrogantes y
respuestas sobre los aspectos y las dimensiones humanas. Sin embargo, la
sociedad francesa de la década, la vivida por una adolescente Sagan, ha
despegado económicamente, y más bien sufre esa crisis de identidad que surge
tras la guerra y la constitución la IV
República, entre 1946 y 1958. El escritor se situará al
margen de una ciudadanía ávida por vivir, conocer el mundo de la información, los
modos nuevos de existir y las diversiones, así que el ambiente literario se
repliega y surge la denominada generación de “los hijos de Hiroshima”, o “los
hijos del absurdo” porque simbolizan una sociedad que ha perdido sus señas de
identidad; una explicación de la existencia humana para abordar nuevos proyectos:
los movimientos de liberación femenina, las mejoras en las condiciones de vida
de la clase obrera, el sistema educativo con un nuevo replanteamiento y el
papel de la cultura en una sociedad moderna, cuyos efectos desembocarán en las
revueltas estudiantiles de Mayo del 68. La bonanza económica francesa, iniciada
entonces, impulsará una dinámica social que invitará al resto de sociedades
occidentales a la avidez del consumo, al goce inmediato en todos los ámbitos
por ese intercambio económico europeo llevado a cabo, y la cultura, o la diversión
se entenderán como un fenómeno de masas, incluso la literatura sustentada hasta
el momento por la burguesía y sus gustos clásicos, llega a un público atento a la
imagen que le proporcionan los medios; es decir, se leerá en función de la
promoción publicitaria, el premio otorgado, o la notoriedad por el escritor/a de
moda en cuestión. En este ambiente de un giro total hacia paisajes distintos, la Francia liberada y el respiro
de jóvenes deseosos de mostrar al mundo sus ansias de libertad y de cambio, en
ese mundo narrativo Françoise Sagan ofreció, Buenos días, tristeza.
La nueva novela
Una nueva generación de
novelistas elaborará desde la década de los 50 una producción que se
desentenderá de los planteamientos cruciales de carácter universal, así la
novela para ellos deja de ser un lugar de propuestas y debates para convertirse
en una historia contada con amenidad e ingenio, en la que tienen cabida
ingredientes autobiográficos que lleven al lector a ese deseo de evasión. La Nueva novela empezará por entonces a conocer
sus primeros frutos, una época de convivencia donde la novela de corte más
tradicional como Buenos días, tristeza convivirá
con El mirón (1955), de Robbe-Grillet
y La consagración de la primavera
(1954), de Claude Simon, auténticas bombas para la narrativa de corte clásico.
De auténtico fenómeno sociológico sería calificada la novela de Sagan, divisa
perfecta de un modo de entender la escritura, un saludo juvenil de helada
delicadeza y que por su contenido se convirtió
en un auténtico escándalo que sorprendió al público lector.
Buenos días, tristeza
La novela en su calidad de
testimonio social o como auténtico documento de renovada necesidad en que la
literatura tiende a recrear esa difícil adolescencia, influirá de un modo
decisivo en la existencia de una conciencia colectiva francesa. Y la propia Sagan
supo asumir y utilizar, tanto en su vida diaria como en el resto de su obra,
este primer paso literario que, según manifestación propia, le permitiría ser
libre, su auténtica pasión, y proporcionarle libertad para disponer del tiempo
y del espacio. En realidad, Buenos días,
tristeza sirvió como un auténtico pistoletazo de salida para el resto de
una vida y un ejercicio literario marcados por el signo de la velocidad más
absoluta. Tras ese primer éxito, las sucesivas publicaciones de la joven narradora
quedarán entreveradas con la crónica de su vida más personal, complementada por
los medios de comunicación que daban cumplida cuenta de sus actividades,
mezclando la crónica sentimental con su leyenda de vividora y consumidora de
todo tipo de estimulantes, así como de su acentuada vida nocturna. La novela de
Sagan se inscribe en esa tradición especialmente característica del panorama literario
francés del momento, novela de análisis psicológico escrita en primera persona,
un tipo de relato que conduce el narrador en la totalidad de su existencia, o
en una determinada parte de su vida a resaltar, confirmando que su discurso es
de lo más fidedigno. Así en Buenos días,
tristeza, Cecilia, la protagonista, es una jovencita de diecisiete años, que
está dispuesta a cualquier cosa para no perder esa dolce vita que lleva junto a su padre, Raimundo. Huérfana desde los
cuatro, Cecilia se ha criado en un colegio, de donde salió para unirse al jolgorio
familiar. Su padre es un rico heredero juerguista, mujeriego y vividor que
convierte su vida en una auténtica fiesta. Cecilia lleva junto a su padre una
vida despreocupada, frívola y libertina hasta que él invita a Ana, antigua
amiga de la madre de Cecilia, a pasar las vacaciones con ellos en una villa en
el Mediterráneo. Ana personifica todo lo que ellos no son: mesura, sensatez, aceptación
de las normas; el padre se enamora hasta tal punto que decide casarse con ella,
quien a su vez se preocupará como una madre por Cecilia, implicándose en sus
estudios y proporcionándole una buena educación. La joven se debate entre la
voz de su conciencia, que le habla de la conveniencia de convivir con una mujer
cabal, y sus instintos de supervivencia, que le avisan de que Ana acabará con
la extravagante forma de vida que, tanto su padre como ella, han llevado hasta
ese momento.
El compromiso de Ana y Raimundo coincide con los primeros escarceos
amorosos de Cecilia, y Ana trata de evitar que la joven corra demasiados
riesgos. Cecilia, que ha crecido sin el amor de una madre, se ve tentada por
las atenciones maternales de Ana; pero al mismo tiempo, sus ansias de libertad
y la dulcificación de su vida le llevan a urdir un plan para librarse de la
prometida de su padre, porque Françoise Sagan dibuja una Cecilia inteligente,
fría y manipuladora y no le costará trabajo alguno en convencer a su joven
enamorado y a la ex amante de su padre para que interpreten una absurda
comedia, trampa en que cae Raimundo, personaje inconsistente, aunque Cecilia no
calculará un detalle que terminará en tragedia. El principio y el final de la
novela forman un círculo temporal perfecto, y la vida de ambos personajes
principales, hija y padre, no cambia. Es, sin duda, la regla de oro de una vida
disipada, no preocuparse en exceso por nada, aunque haya razones para ello, y
Cecilia sabrá que nunca volverá a ser la misma, tras una auténtica tragedia
posible.
Fortuna de Sagan en España
Traducidas, sus obras importantes,
el fenómeno editorial llegaría a nuestro país el mismo año de su publicación en
Francia, una traducción encargada por Plaza & Janés, una presencia
constante, que para los lectores españoles supuso el acceso a un universo de
costumbres y una visión de la vida que chocaba frontalmente con la sociedad del
momento. Años después, dos libros singulares ofrecían otra perspectiva de la
narradora y que, si no figuran entre su ficción, aportan esa íntima visión
desgarradora y tóxica en que se convirtió su vida tras el éxito de Bonjour, tristesse. El Cobre Ediciones
publica en 2009, Desde el recuerdo, una obra autobiográfica escrita con
su habitual estilo directo, algunas de las pasiones que la llevaron a sonados
escándalos, y a consumar una vida al límite. La buena vida, las
excentricidades, el juego, fueron sus pasiones. Habitual del boulevard de Saint
Germain, solía verse con Juliette Greco, Jean Paul Sartre y Simone de Beauvoir,
moradores de un París de profundas ideas revolucionarias, repleto de excesos de
todo tipo. Los nombres de Billie Holiday, Tennesse Williams, Carson McCullers,
Orson Wells, Rudolf Nureyev y, sobre
todo, Jean Paul Sartre, conforman la agitada existencia de alguien que provocaría
escándalos en su existencia, privada y pública, además de los excesos que el
alcohol y las drogas le permitieron. Con una prosa clara y contundente, los
textos ofrecen opiniones sin reservas y expresan esa combinación de cinismo,
sensualidad e indiferencia, característica de su prosa, o de su propia actitud.
Sagan escribe sobre quienes admira, sobre las tragedias vividas por esos personajes,
atormentados como ella, y a través de esta colección, diez textos en total,
ofrece un sincero retrato de sí misma. Escribe con ese entusiasmo juvenil y
evoca algunos de esos aspectos favoritos que conformaron su propia vida: el
sol, el ocio, los coches, ciertas compañías, o sus lecturas adolescentes: Gide,
Camus, Rimbaud o el eterno Proust. Y ofrece, esa lucida visión de vértigo conque
llevó su ludopatía, cuando prácticamente buena parte de su adolescencia y
madurez se desarrolló sobre los tapetes verdes de Saint-Tropez, y quedó
reducida a la débil sombra de aquella joven despreocupada por el éxito de su
primer libro, porque solía divagar acerca de lo presentido, y todo lo
observaba, con una candidez casi infantil. ¿En qué se parece la tragedia a la
vida? Parte de la respuesta está en Desde el recuerdo, buena ocasión
para volver sobre la narradora tras algunos años de silencio y de sufrimiento.
Ático de los Libros rescataba, Tóxica (2010), un joya autobiográfica
donde la autora desmenuza sus intentos para desengancharse de una droga a la
que se había vuelto adicta por culpa de una medicación. Sagan intentaba
exorcizar sus fantasmas internos a lo largo de esos días, y llevó un diario
sobre su internamiento. El breve volumen, apenas 96 páginas, permaneció oculto
hasta 2009, cuando se publicó en Francia, cinco años después de la muerte de la
narradora, ocurrida en 2004 a
los 69 años. La autora no se puso límites y decidió liberarse a partir de la
redacción del cuaderno, así lo advierte ella misma en la primera página de Tóxica: “En el verano de 1957, tras un
accidente de automóvil, fui presa durante tres meses de dolores lo
suficientemente desagradables como para que se me administrase a diario un
sucedáneo de la morfina "875" (Palfium). Al cabo de estos tres meses
estaba lo suficientemente enganchada como para que se me impusiera una estancia
en una clínica especializada. Fue una estancia corta, pero durante la cual
escribí este diario que volví a encontrar el otro día». En ese tiempo,
buscará refugio en lecturas, en algún momento placentero, le sucede con
Apollinaire o con Proust, pero también un sentimiento de derrota y hasta de
ironía cuando el libro que está leyendo no es de su agrado, lo afirma respecto
a “El libro sobre Baudelaire es decididamente de un débil mental. Me empiezan a
doler los brazos. Mala señal. El libro de Céline es bastante espantoso. De
hecho, me plantea una pregunta: cuando salga de aquí, ¿puedo o no llevar cien
mil francos a Céline? Me parece que es la pregunta que debería plantearse todo
lector atento”. El libro, en su conjunto, sin pulir, ofrece un texto
aparentemente rápido en su escritura, aunque el planteamiento de este tipo de
textos resulte insólito en la literatura.
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