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DIARIO DE RUSIA
John Steinbeck,
escritor y Robert Capa, fotógrafo, se embarcaron en un viaje por la Rusia soviética justo
después de que el Telón de Acero cayera sobre la Europa del Este. Fue un
largo periplo por la Unión Soviética
con el fin de escribir sobre las devastadoras consecuencias de la guerra, y así
poder tomar nota de la vida cotidiana en los campos y las ciudades, viajando
por caminos intransitables, visitando familias y recalando en su vida cotidiana
para observar como las desgracias de la ocupación y la lucha modificaron el
sentido de su existencia. Sin embargo, como queda patente a lo largo del reportaje-libro, no se trata de
un panfleto sobre una ideología política determinada sino que, a través de la
escritura de Steinbeck y el documento gráfico de Capa, se recoge el espíritu de
un de todo un pueblo que con su trabajo intenta reconstruir su vida, volver a
divertirse y buscar un futuro para su existencia.
John Steinbeck (1902-1968) era
entonces uno de los autores norteamericanos más conocidos e importantes, con
algunas de sus principales obras ya publicadas, A un dios desconocido (1933), De
ratones y hombres (1937), Las uvas de
la ira (1939) o La perla (1947) y
un Pulitzer en su haber; Robert Capa (1913-1954) había logrado su fama como
fotógrafo durante la Guerra Civil
Española y la Segunda Guerra
Mundial para la revista, Life,
proyectando así su obra a niveles internacionales, y en esos momentos había
fundado la agencia Mágnum, junto a Cartier-Bresson. El origen de este trabajo
en común, A Russian Journal, 1948
(Diario de Rusia, 2012), está en la barra de un bar del Hotel Bedford de la
calle 40 Este, donde coincide con Capa y mientras ambos saborean una o más
copas de Suissesse, que les servía Willy, el camarero habitual, una bebida que
según él mismo logra hacer mejor que nadie en el mundo, y así a tenor de las
informaciones que provienen del otro lado del Telón, se plantean compartir una
serie de reportajes, escritos y gráficos, sobre la Rusia de Stalin, porque en
los periódicos del momento se publicaban centenares y miles de palabras a
diario, a cerca de los planes del Soviet Supremo, las tropas rusas, los
experimentos con armas atómicas y misiles, noticias que se sabían y eran
irreprochables, aunque lo que a ellos se les había ocurrido en aquel momento
era sobre lo que nadie escribía acerca de Rusia, ¿qué fiestas celebran? ¿cómo
viste la gente? ¿qué comen a diario? ¿qué sirven para cenar? ¿cómo hacen el
amor y cómo mueren? ¿de qué hablan? ¿bailan, cantan, juegan? ¿los niños van al
colegio? y todo ello en una serie de reportajes que publicaría el New York Herald Tribune. Para esta
labor, ambos, intentarían no ser ni críticos ni favorables, incluso su
propósito sería llevar a cabo un relato honesto, escribir sobre cuanto vieran,
sin opinar al respecto, y sin sacar conclusiones previas al respecto.
La
burocracia soviética les resulta curiosa, desde la posibilidad de obtener una
buena habitación de hotel, permiso para que Capa pueda realizar sus fotos, la
curiosa joven intérprete que los acompaña, o las diferencias entre la ciudad de
Moscú y la tristeza o seriedad de sus gentes, a lo distinto que resultan los
alrededores y el campo ruso, y la hospitalidad de sus gentes en las ciudades
más pequeñas por donde realizan sus visitas. Y una curiosidad aun mayor, los
diferentes viajes que se proponen ambos reporteros siempre pasan por Moscú, es
decir, para ir de Kiev a Stalingrado, se debe volver y salir, de nuevo, desde
Moscú porque desde allí el sistema de transporte funciona como los radios de
una rueda. Lo cierto es que ambos, esa extraña pareja que en aquellos tiempos,
se encontraban con el ánimo bajo, recorrieron Moscú, Kiev, Stalingrado y las
estepas y granjas ucranianas. En los pueblos granjeros de Shevchenko admiran la
fortaleza de sus gentes, y de sus granjas, conviven en la Ucrania fría y hostil que
se abre paso tras el horror de la guerra y realizan una pormenorizada
descripción de su visita a estas aldeas y anotan la amabilidad y hospitalidad
de sus gentes, cómo viven, trabajan, comen, disfrutan o rehacen una vida
desgastada después de tanto horror. Capa irá fotografiando los rostros de los
niños, las mujeres cocinando, la labor diaria en el campo y la cotidiana de un
pueblo orgulloso que siente que debe volver a vivir una nueva vida, pero en
colectividad, frente al sueño americano y alguno de sus presidentes más
queridos: Franklin D. Roosevelt.
Capa regresó con unos cuatro mil
negativos y Steinbeck con unos cientos de páginas de apuntes, sus impresiones
en imágenes y sus notas sobre la devastación de la guerra, los niños, los
viejos lisiados y mujeres, mano de obra barata, gentes animadas por ese
espíritu heroico de un pueblo empeñado en reconstruir un país. Una vez, de
vuelta en E.E.U.U. aquel extenso reportaje fue considerado como un auténtico
sacrilegio porque Capa y Steinbeck no se habían ensañado con los demonios
bolcheviques y, además, para la izquierda ortodoxa, tampoco habían ensalzado lo
suficiente la patria del proletariado. Pero, al margen de estas críticas poco
edificantes que pertenecen más al ámbito político y muy de la época radical
norteamericana, ambos autores lograron realizar una magnífica crónica de
auténtica literatura de viajes, un relato honesto de aquello cuanto pudieron
observar, con abundantes anécdotas y una colección de historias salpicadas de
un finísimo humor frente a las adversidades encontradas y mediatizadas de un
régimen estricto, siempre acompañados y bajo la tutela del Comité que lo
sancionaba todo y, sin duda, jamás pudieron fotografiar o contemplar en
absoluta libertad cuando eran conscientes de que el stalinismo no dejaba de
realizar purgas entre los propios disidentes rusos. Lo cierto es que el mundo
cambió cuando Churchill anunció en 1946 que entre Occidente y la URSS se interponía un telón
de acero y la noticia impactó de tal manera que tanto Steinbeck como Capa
comprendieron su compromiso y quisieron estar allí para realizar una crónica lo
más fiable posible y, sobre todo, viajaron como dos anónimos, transcribieron o
fotografiaron los intereses, las curiosidades, la forma de vida en las ciudades
y, volcaron su mirada sobre todo en el campo ruso, estableciendo entre ellos y
sus anfitriones un territorio común, exclusivamente humano, libre de prejuicios
y de guerras, sobre todo para intentar que ambos bandos no sufrieran el rechazo
patológico de una auténtica animadversión de la visión rusa o norteamericana.
La editorial madrileña Capitán
Swing recupera este texto en una espléndida edición que nos acerca a la pluma
afilada de Steinbeck y el ojo atento de Capa; ambos ofrecen, a su modo, el
detalle, la impresión, el pespunte que dibuja la Rusia del momento, aunque el
resultado fue la visión sencilla y prolongada de una convivencia que proclama
el más antiguo y viejo, o el más sincero, periodismo de los mejores tiempos.
DIARIO DE RUSIA
John Steinbeck/
con fotografías de
Robert Capa
Madrid, Capitán
Swing Libros, 2012; 235 págs.
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